Casi todos los días, tras terminar la jornada laboral cumplo el mismo ritual, la misma rutina y es darme un relajante paseo hasta mi casa. Aquella jornada había sido agotadora, entre reuniones y tensiones me encontraba muy cansado aunque no estresado.
Mi amigo Carlos y yo por fin habíamos terminado el libro. No había sido tarea fácil y ese día, quizás más que nunca necesitaba una buena caminata que me hiciera olvidar todo y abandonarme a las sensaciones de aquella tarde entre el toldo gris del cielo y la llovizna.
Una nota multicolor adornaba y me acompañaba en el horizonte, era ese arco iris que en algunos momentos era tan intenso que pareciera que caminaba dentro de esa sinfonía de colores y olores a hierba mojada. Aquella tarde ocurrió algo insólito, reparé en la belleza de las rejas de aquella casa antigua.
Y me paré a leer la placa metálica, que rezaba con el nombre de Adonis Encantador, de actividad, ya que no creo que fuera una profesión adivinador. He de confesar que me llamó poderosamente la atención y despertó mi curiosidad casi psicopatológica.
Lo cierto que antes que tomara conciencia estaba llamando al timbre de aquella bella mansión y en poco menos de tres minutos y ante la falta de contestación me hallaba dentro de la misma. Percibía extraños olores y entre ellos a manzanilla, hierbabuena, albahaca y tomillo.
Me encontraba tan relajado que solo tenía dentro de mí el olor a hierbas, ya todo mi ropa y todo mi cuerpo olía a una mezcla que llenaba mi mente de recuerdos de la infancia en aquel Tánger con estatuto internacional, en la que era fácil toparse con un actor, un escritor, un pintor o un traficante de diamantes.
Tras salir del viejo chalet, me sentía como si hubiera asistido a un gran espectáculo musical de Broadway y caminé hasta encontrar una plaza, un banco bajo unos árboles y me senté. No sé cuánto tiempo transcurrió perdido en mis pensamientos.
Hubo un momento que decidí levantarme, y caminar hacia mi casa. Allí me preparé como cada noche una infusión de tila que me ayudara a descansar y la paladee despacio, mientras le daba vueltas a mi cabeza sobre los aromas que aquella tarde habían secuestrado mi voluntad.
Aquellos olores me había traslado al primer plano de mi conciencia muchos recuerdos de mi infancia, de mis abuelos, represaliados del franquismo, de mis tíos que habían seguido el camino del exilio de sus padres. Y ahora en este presente de nuestro país parecía que nada había ocurrido pero muchas cosas habían pasado.
Ahora estaba rodeado de mi mujer, de mis amigos, de mis compañeros y compañeras de partido, de mis adversarios políticos con quienes tenía una entrañable relación y aquella situación me parecía increíble y milagrosa, pero era real, la vida misma que podía sentir, oír, oler y tocar.
Y he de confesar que cuando reaccione de aquella especie de ensueño, tenía las hierbas entre las manos y me encontraba en la cocina de mi casa preparando como cada día el desayuno. Desde la tarde anterior ellas, la manzanilla, la hierbabuena, la albahaca y el tomillo habían estado conmigo.
Me había dado tiempo a ensoñar, soñar y dormir, pero ellas desde mi infancia me habían acompañado, formado parte de mis vivencias y mis recuerdos, de mi paisaje y mi paisanaje, de mi ser y estar, de mi estructura y mi literatura.