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Martes 05/11/2024
 

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¿Saben lo que cuestan sus aplausos?

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La verdad es que cuando el orador en la tribuna recibe aplausos, después de su intervención o durante el transcurso de ella, se siente halagado y a veces hasta se enardece. Se considera importante mensajero de la verdad, de la seguridad, del mejor sistema de vida, de la luz orientadora para los que no saben por donde se andan.

Esos aplausos, sin embargo, no siempre son justos. En no pocas ocasiones responden a un compromiso contraído para apoyar lo que en la tribuna se diga por determinadas personas, sin saber con exactitud lo que dicen y las consecuencias que de ello se derivarán. A veces esos aplausos cuestan mucho.
En la calle, mientras tanto, la gente está disgustada y a veces hasta enfurecida; no está de acuerdo con lo que se dice en esas tribunas sobre los problemas que padecen. No están para aplausos, sino para acciones rápidas y certeras que acaben con esos problemas que los agobian. ¿Es que se puede aplaudir una situación que lleva a mucha gente a la escasez, al hambre, a la falta de toda clase de recursos?
Esos aplausos suyos son insultos que se hacen a esas personas que no tienen otra solución que extender su mano para que se les ayude con unas monedas o algo que satisfaga sus necesidades. Ahora se necesita trabajar seriamente.
Personas que dedicaron su vida al trabajo se ven ahora forzadas a pedir limosna para ellos y para los suyos. Esos aplausos que responden a consignas, para beneficio de alguien, no sólo no agradan a esos que se ven obligados a mendigar –a esos a los que debemos estar agradecidos porque con su trabajo sirvieron las necesidades de todos– sino que los molestan y hasta insultan con el desprecio que significa no tenerlos en cuenta.

Esos aplausos hacen daño a muchos y, además, a quienes aplauden en este tiempo de dolor para tanta gente. No se comprende que sean insensibles al sufrimiento de tantos otros. Tal vez ellos también sufran al aplaudir.
Hay gente que sufre y llora en silencio porque no ve seguridad para su futuro de vida y el de los suyos. Esa gente necesita, más que cualquiera otra, que se le abra su vida a la esperanza. No pretenden situaciones de privilegio, sino normales para una vida digna en todos los órdenes. No se pretende, tampoco, que ello se consiga sin esfuerzo; saben y quieren trabajar. No desean para ellos el oficio de aplaudir; no le va esa función a quien aprendió desde niño a trabajar.

Cuando uno se siente dominado por la sinrazón y hasta el capricho en alguna que otra ocasión, no puede dejar de hacer notar su malestar por medio de la expresión de su pensar. No se trata de violencias de ningún tipo sino sólo pedir que se deje de aplaudir por encargo; que se deje de aplaudir como respuesta a una dádiva interesada y sin pensar en los demás.

Los aplausos, a veces, responden a algo que no está bien; a algo que es un egoísmo o aprovechamiento de las circunstancias, a algo que es un trato de favor interesado. No aplaudan en esas o parecidas circunstancias. Esos aplausos hacen daño a la dignidad.
Todos tenemos derecho a la dignidad, personal y colectiva y ha de exigirse que se cumpla. Mantener la dignidad cuesta, a veces, sacrificios y esforzarse en vencer dificultades sin emplear medios ilícitos. Con esos aplausos, a veces, se engaña y esto no es lícito.

No aplaudan lo que no es justo. Los aplausos proclaman acuerdo con lo que se está oyendo; son la aceptación, en algunos casos, de lo que puede hacer daño a muchos, incluso a los que aplauden. Esos aplausos convenidos son irracionales en más de una ocasión.
En todo lugar y ocasión el hombre está llamado a obrar bien, con dignidad y respeto hacia todos los demás. El hombre no debe dejarse llevar por fantasías, juegos de palabras ni promesas que, en no pocas ocasiones, suponen pérdida de dignidad y hasta daños materiales.

El hombre está llamado, siempre, a la verdad; aunque cueste proclamarla, atenderla y seguirla. Que nadie se ocupe en alejar al hombre de esa misión fundamental. Que nadie, con su aplauso, premie el error o la incitación a él. El aplauso sólo debe darse como premio a la defensa y propagación de la verdad.

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