Entre otros proyectos diseñados para este segundo mandato por la ultraderecha hoy triunfante en Canadá, se encuentra un sustancial recorte presupuestario en el capítulo de culturaEn Canadá (al menos a nivel federal), como en Estados Unidos o Gran Bretaña, la izquierda es extraparlamentaria casi por funesto destino. Existe un partido socialdemócrata (New Democratic Party, NDP) que, como es de rigor, tiene de izquierda lo que el firmante de este artículo pueda tener de agustina recoleta. Los separatistas del Bloque Quebequés, también adscritos a la socialdemocracia, son quizá los más próximos a una especie de semi-gauche que, en realidad, se resuelve en una simple estrategia populismo social. También cuenta Canadá con un encantador Partido Comunista, habitante de las nubes, que ofrece un notable interés estético, pero que en materia electoral no se come un pimiento ni por equivocación.
El Partido Conservador canadiense es una derecha pura y dura aunque no exenta de pragmatismo, algo que, de cuando en cuando, le permite hacer ciertos gestos para la galería, como las críticas (nada radicales, desde luego) que manifestó Harper respecto al muro fronterizo (anti-migratorio) Estados-Unidos-México. Harper hizo estas declaraciones en presencia de Felipe Calderón durante una visita al país azteca; mientras que, para Canadá, los conservadores están preparando un endurecimiento de las leyes relativas a la entrada de extranjeros. En una actuación sin disfraces, el Right Honourable Harper apoyó incondicionalmente las barbaridades cometidas por Israel en la Guerra del Líbano de 2006. Entre otros proyectos diseñados para este segundo mandato por la ultraderecha hoy triunfante en Canadá, se encuentra un sustancial recorte presupuestario en el capítulo de cultura.
El Partido Liberal (autodenominado de centro, o sea, de derechas) ha sido el gran derrotado en las generales canadienses: después de doce años consecutivos de hegemonía, ha recibido sólo un 26,20% de los sufragios y se ha quedado con 77 diputados. El NDP experimenta un crecimiento que los lleva de los 29 hasta los 37 asientos en la House of Commons. En conclusión, y como claramente puede observarse, el panorama político de Canadá es bastante insípido, salvo por un factor trascendental que es el que aporta la sal, la pimienta, el orégano, el vinagre e incluso el arsénico si la cosa se pone de fandango. Nos referimos a la provincia de Quebec: el principal foco de tensión del Estado.
No todos los quebequeses son partidarios de la segregación, pero sí casi la mitad de ellos. En el último referendo por la independencia (1995) los soberanistas, con un 49,6% de respaldo, estuvieron a un punto de salirse con la suya. En la convocatoria del martes de la semana pasada el Bloque Quebequés se alzó con 50 diputados (dos más que en las anteriores elecciones) y ha retenido (por sexta vez consecutiva) su indiscutible supremacía en la provincia de la discordia, además de contribuir con esta ligera subida (sumada a la de los socialdemócratas) a evitar que los conservadores se hicieran con la mayoría absoluta. Canadá es un país muy rico, pero en esos países es necesaria una izquierda solvente que aborte las peligrosas tendencias hacia los desequilibrios y defienda compromisos sociales en el ámbito internacional.