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Viernes 26/04/2024
 

Una feminista en la cocina

Miedo

Ahora que parece que hemos conseguido elevarnos del barro, hay quien goza con lo natural de que se te escurra la periodicidad por los muslos escarnecidos.

Publicado: 05/10/2021 ·
09:57
· Actualizado: 07/10/2021 · 09:07
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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 Parece que se nos va escabullendo el covid por las arrugas de las manos como si los humanos fuéramos la más eficiente de las plagas. Los que fallecieron, los que libraron batallas, los que convergimos en casa -escanciados entre cuatro paredes-  ya no somos más que recuerdos de un documental como el del 11M o Bin Laden. Ya no somos estacionarios, ni receptivos a los solsticios ni pleamares, sino que vagabundeamos en las redes que no vemos pero que marcan nuestro destino con tendencias y rivalidades patrias. Cualquiera es profeta de lo inmundo, lo cotidiano se ha hecho meme y los pobres infelices de perros e hijos lactantes no son sino reproductorio de las limitaciones cerebrales de más de uno. Daba miedo vivir en la prehistoria, salir a cazar o parir a las bravas. Ya de apósitos sanitarios ni hablamos.

Sin medio a nada.

Pero ahora que parece que hemos conseguido elevarnos del barro, hay quien goza con lo natural de que se te escurra la periodicidad por los muslos escarnecidos. Digan que me he hecho vieja y acertarán. No me van las modas, ni los subterfugios, ni tanto jodido grupo de wasap que me vuelve loca. No sé si llegaré no ya a junio que era la meta ideal que siempre me ponía cuando mis hijos eran pequeños, sino a diciembre que fue la barrera ficticia que me marqué cuando nacieron mis gemelos. La familia nos trastoca; Nos deja cicatrices en el alma que son imposibles de cauterizar ni con el láser más avanzado. Y aun así es nuestra esencia porque somos biológicamente clan y el estar rodeados, comer juntos o ir en fila india nos deleita casi tanto como una cervecita en una terraza saludando a todo el que pasa. Antológicamente somos eso… postal rancia con burrito con cara de amargado, la gitanilla encima con los ribetes de los ojos apalancados y mucho geranio en flor rodeándolo todo. Pero ahora nos hemos despojado de los zapatos gorila, nos hemos subido la falda plisada del pichi, remangándonos las tetas flatulentas para creernos diosas del tiktok amañando pases magistrales.

No se me ofendan. Disfruten. Hay poco tiempo para hacerlo, porque pronto seremos historia antigua, atrasada memoria del cuándo y del dónde, jamás del porqué. Nadie quiere saber tanto. Ni siquiera yo que estimulo el cerebro mareándolo a ritmo de centrifugadora. No sé ustedes, pero yo nací en lunes y esta etapa post covid con colas inconfesables, con atención al cliente perruna y turistas flagelados me la hiela, tanto que no sé si  mudarme al lugar donde Lola Flores cantaba bingo al ritmo de las anestesias. Sería un maravilloso lugar donde todo estuviera siempre ordenado, donde la compra se hiciera sola, donde los artículos salieran redondos y la gente no viniera a hincharte las narices. Tipo “la Fuga de Logan” pero mucho mejor, con toques de “Dune” y algo de “Cádiz horror Story”. Escabullirse para plegarte hacia dentro, deshaciéndote de los límites y los agobios. Con claridades meridianas y muchas risas. Toneladas de risas.

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