El mundo de los torturados es un mundo crecido y creciente para desgracia del linaje. Son numerosas las personas, poblaciones enteras, las que continúan sufriendo lo inimaginable. Unas veces por el mero hecho de no convertirse a una religión. Otras veces porque el individuo representa a una raza determinada. También son frecuentes en nuestros días las violaciones de los derechos humanos de los migrantes en manos de traficantes ilícitos. Asimismo, muchos de los niños refugiados han vivido experiencias traumáticas al ser testigos del incendio de sus casas, de las torturas y demás atrocidades que han presenciado contra su gente. Tampoco puede ignorarse, el problema de la represión sistemática o selectiva, que sigue padeciendo una buena parte de vidas humanas. En cualquier caso, frente a esta persistencia de la tortura en el planeta, hay que también reformar posturas y tomar conciencia del problema: la ciudadanía no puede permanecer insensible e inerte, pero mucho menos los gobiernos de los Estados.
Por desdicha, en la mayoría de los países que cosechan torturas como quien cosecha trigo, no se debe a vacíos jurídicos, sino más bien a la falta de voluntad política de las naciones en hacer justicia, incumpliendo las obligaciones dimanantes del derecho internacional humanitario y del derecho relativo a los derechos humanos.
Hay una obligación humana de impedir los actos de tortura y hay que ejercerla. Las crueles hazañas de los torturadores y opresores, no sólo tienen que conocerlas el pueblo, hay que actuar contundentemente para que no se repitan y reparar los daños causados. Está demostrado que las víctimas que obtienen cierta forma de reparación y de compensación, de comprensión y ayuda, superan antes los daños sufridos, que suelen ser más de alma que de cuerpo, no en vano la realidad es el espíritu, que es aquello por lo que vivimos, amamos y somos lo que somos. En todos los crímenes contra la paz y la seguridad del globo, la casta de torturadores no descansa, si cabe aún se ensaña más. Por ello, quizás tengamos que ir más allá del espíritu de la ley universal y de su prohibición terminante de la tortura, por cierto incluso en situaciones de excepción o de conflicto armado, y ver la manera de que la conciencia humana se instale en las habitaciones interiores de todo ser humano. La tortura nunca es un fenómeno de un día, que surge por un conflicto, comienza mucho antes, justo donde está ausente el respeto germina el ánimo de los torturadores. Todos tenemos más necesidad de consideración que de admiración. El ser humano necesita ser considerado como tal y el someterse a la tortura, por divertimento o negocio del torturador, es lo más despreciable del planeta. Cuidado con este rumbo, porque un mundo irrespetuoso toma como victoria la arrogancia y el suplicio a los débiles.
Por esa falta de estima hacia toda vida humana, el mundo de los torturados es un mundo intenso, por el que desborda desesperación y venganza, y también un mundo extenso por la cantidad de torturas que abarca. Igual se alzan países contra países, gobiernos contra gobiernos, ejercitando la enemistad como suplicio, que se tortura a líderes políticos que piensan distinto al poder o se chantajea a personas necesitadas para que colaboren, muchas veces forzadamente, contra supuestos enemigos del gobierno de turno. La limpieza étnica es otra persecución que no cesa y que sigue profanando la dignidad de la persona humana. La tortura a los disidentes encarcelados en algunas prisiones es más de lo mismo, fruto de los extremismos más injustos. Son millares las poblaciones que viven a merced de torturadores sin moral. Hace falta, pues, redoblar los esfuerzos de prevención y protección, de justicia y de reparación a las víctimas, y esto ha de ser tarea globalizada, bajo la motivación de las instituciones internacionales, que son las que deben movilizar la voluntad política necesaria, con las reservas de coraje moral que todos poseemos como personas, para reventar la casta de los torturadores, auténtica lacra social.
El azote de la tortura, que devalúa al ser humano e inhumaniza al torturador, es un mal que nos degrada como civilización. Por sus efectos y causas debemos atajarlo cuanto antes, porque se basa en la burla a la persona y es un auténtico bochorno contra la humanidad. No olvidemos jamás que el tormento es, en su naturaleza misma, una guerra psicológica destructiva. Por tanto, no tiene justificación alguna y los torturadores deben rendir cuentas, por el hecho de causar daño físico o psicológico intencionadamente a un ser humano.
En el mundo, varias Organizaciones No Gubernamentales (ONG) se movilizan a diario para ejercer una presión sobre los Estados que hacen uso de la tortura o practican tratos degradantes; pero si hay a alguien que debemos felicitar es a los héroes de la libertad y del amor, que desde diversas ONGs de derechos humanos, trabajan a destajo, y muchos de manera altruista, por erradicar el diluvio de violencias que nos torturan, incluso arriesgando su propia vida. Ellos dan luz a tantas detenciones secretas, igual alertan sobre el mantenimiento obligatorio de registros en las cárceles solicitando el acceso de inspectores independientes a todos los centros penitenciarios, que investigan la tortura a los refugiados o las violaciones de los derechos humanos a poblados oprimidos. La justicia internacional, de la que ahora empieza a hablarse y esperemos que también a considerarse, debe prestar atención y juzgar a los torturadores sin distinción alguna, peor será que los corazones se vacíen y el manantial de la vida se desangre por su culpa.