El desconcierto generalizado por la vuelta al colegio entre padres y madres se agrava ante la falta de un criterio único sobre cómo garantizar la seguridad y de qué manera actuar ante eventuales e inevitables brotes. Cada comunidad autónoma plantea su propia fórmula y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se aplica más loción bronceadora. Sin prisas, el ministro se reunirá con representantes de las administraciones públicas a finales de esta semana, apurando al máximo los tiempos de manera incomprensible. Como si este agosto fuera un agosto cualquiera, de espetos, siesta y puesta de sol con gintonic en un chiringuito mientras sena música chill hortera.
Si quedaba alguna duda de que España es reino de taifas, la decisión del Juzgado de lo Contencioso Administrativo Número 2 de Madrid de anular las medidas preventivas aplicadas desde esta semana para frenar la ola de contagios lo confirma. En la región, ahora mismo, se puede fumar a menos de dos metros de un desconocido (siempre que el desconocido no le invite amablemente o no a apartarse) y podrá castigar su hígado y mover el esqueleto en una discoteca hasta que el cuerpo aguante. Derechos fundamentales, según el togado. En Valencia, sin embargo, otro juez dijo horas lo contrario y dio por buenas las restricciones. El episodio es horripilante y nos advierte de que España no solo se enfrenta con el peor Gobierno posible a una devastadora crisis sanitaria de incalculables consecuencias económicas, sino que se enfrenta, irremediablemente, a un cambio de régimen con una clase política lamentable.
Las tensiones territoriales continúan latentes. El parte diario de infectados, hospitalizados y fallecidos copa titulares, pero los independentistas trabajan a destajo, sin descanso, para socavar la unidad nacional o bien de manera traumática, como cuando se declaró la República Catalana durante ocho segundos, o por medio de pactos indecentes con transferencias de cometencias y presupuestarias como en el País Vasco con el PNV.
Pedro Sánchez está dispuesto a cualquier cosa por retener el poder. Y la oposición está desarbolada. Vox, radicalizado, no es opción porque, por sus fobias, ofrece un modelo excluyente y España es plural. Ciudadanos, jibarizado, se debate entre integrarse en el PSOE o en el PP. Los de Pablo Casado se han pegado un tiro en el pie con el cese de Cayetana Álvarez de Toledo. Que no ha desempeñado su papel correctamente, actuando más como portavoz propia que del grupo de diputados, no es motivo suficiente para eliminar del tablero a la única voz ilustrada de los populares.
Casado ha convertido el partido en una gestoría. Solo importa conseguir votos, no las respuestas de qué España queremos, que se aventuraba a dar la defenestrada políticamente. Como en Andalucía. El Gobierno de Juanma Moreno calca estrategias y errores del Gobierno de Susana Díaz. Cambia el tono pero no el rumbo. Todos se parecen a Pedro Sánchez, que es el modelo en el que, militen donde militen, se miran. Pero con políticos así y gurús como Iván Redondo vamos apañados. Sin Cayetana Álvarez de Toledo, la batalla cultural está perdida. Recen si eso les consuela.
