Estos días se cumplen los aniversarios del nacimiento y la muerte de Santa Ángela de la Cruz. Beata desde el día 5 de noviembre de 1982, cuando el Papa Juan Pablo II vino a Sevilla para proclamar sus virtudes y premiarla según sus obras en la misma ciudad donde nació. Y canonizada por el mismo pontífice en Madrid, el día 4 de mayo de 2003. Dos acontecimientos que los sevillanos que lo vivieron no olvidarán nunca.
Desde el año 1933, primer aniversario de su fallecimiento en olor de santidad, cada día 2 de marzo varios miles de personas que no olvidan a Santa Ángela de la Cruz, llenan el convento de la antigua calle Alcázares, casa solariega de los Villalón Daoiz, para rendir homenaje a la memoria de la humilde monjita fundadora de la Compañía de la Cruz.
Ese día el portón del convento permanece abierto, y la calle, el vestíbulo, las galerías y escaleras, los patios blancos, luminosos, se llenan de gentes de todas las clases sociales y de todas las edades, que llevan en su rostro los signos de la gratitud. La alegría, una alegría silente, íntima, reflejada en los semblantes, en las miradas, reboza de los corazones. Las gentes forman cola informal, se mueve despacito, aspirando hondo el ambiente sereno del convento. Las Hermanas de la Cruz atienden con solicitud a todo el mundo, mientras entregan a los visitantes un ramito de violetas.
En 1932, las circunstancias fueron otras. Toda Sevilla se volcó también en el convento, pero esta vez los rostros reflejaban tristeza, dolor. Cuando amaneció aquel miércoles 2 de marzo de 1932, con las primeras luces llegó la noticia de la muerte de Sor Ángela de la Cruz a todos los barrios de la ciudad. De patio en patio, de galería en galería, los corrales fueron los primeros en conocer la mala nueva. La gente humilde lloraba camino del trabajo. Nunca Sevilla se sintió más desvalida.
Volvían las Hermanas de la Cruz al convento, después de su noche de vela junto a los lechos de los enfermos, y se cruzaban con hombres y mujeres que las miraban en silencio, sin atreverse a pronunciar palabra. Llevaban las Hermanas la vista fija en el suelo. Obreros y obreras de los almacenes de corcho, de aceitunas, de carbones y leña; de las fábricas de cerámica, de tabacos, de cerillas, de tejidos, de cadenetas, de sombreros, de gorras; modistas, lavanderas y planchadoras, salían de los corrales con la tristeza reflejada en sus rostros. "¡Ha muerto Madre...!" se decían las vecinas unas a otras. En las calles, se hacían corrillos que hablaban en voz baja.
Cuando Sor Ángela de la Cruz muere, Sevilla era republicana. Meses antes, en mayo de 1931, la ciudad sufrió por primera vez el chispazo revolucionario y anticlerical con el incendio y saqueo de varios templos, desapareciendo valiosas obras de arte, y aquel mismo verano, la capital y provincia hispalenses fueron escenarios de la primera Semana Roja de España, con un trágico balance de casi medio centenar de muertos y numerosos heridos. En marzo de 1932, cuando muere Sor Ángela de la Cruz, la capital tenía un sobrenombre que había hecho rápida fortuna en toda España: Sevilla la Roja...
Pues bien, la misma Corporación municipal republicana que había barrido del nomenclátor todos los nombres vinculados a la religión, comenzando por la calle Jesús del Gran Poder, que pasó a llamarse Palmas, se reunió el mismo día 2 de febrero, en sesión urgente y extraordinaria, para aprobar por unanimidad un único orden del día: rotular con el nombre de Sor Ángela de la Cruz parte de la antigua calle Alcázares...
Aquel día, desde media mañana, ríos de gente llegaban al convento desde todos los barrios y pueblos del alfoz para decirle el último adiós a la Madre de los Pobres.
Ángela de la Cruz fundó en Sevilla la Compañía de Hermanas de la Cruz el día 2 de agosto de 1875, festividad de Nuestra Señora de los Ángeles. Ese día emblemático para sor Ángela, ella y sus tres primeras seguidoras, Josefa de la Peña, Juana María Castro y Juana Magadán, aún sin vestir hábitos, comenzaron la vida de la Compañía en una modesta casa corral de la calle San Luis, número 13. Y hasta hoy, las Hermanas de la Cruz, sus Hijas, mantienen su espíritu sin desfallecer y dando testimonio de fe en Cristo.