Quizás meterse en el campo a coger setas por primera vez bajo la lluvia no sea lo más apetecible, más aún cuando tienes la posibilidad de quedarte en una casa rural bien preparada, repletita de todos los avituallamientos posibles y una buena candela que te haga olvidar que durante 48 horas casi no ha parado de llover. Pero créanme si les digo que merece la pena, no tanto por el disfrute gastronómico -porque no toda espora que salga de la tierra es comestible ni tampoco sabrosa- si no por la satisfacción de llenar la bolsa o la cesta, aunque la que a mí me tocó chocaba un poco con mi personalidad.
Lo primero, la oferta. Las sierras, cualquiera, se llenan de setas en noviembre. Sus pueblos están acostumbrados a recogerlas pero destacan aquellos que, inteligentemente, han organizado una auténtica oferta turística micológica, con jornadas, exposiciones, salidas guiadas y, por supuesto, exposiciones, donde los monitores deciden aquellos especímenes que merecen ser apreciados por todos. Elegimos Constantina, en la Sierra Norte de Sevilla, aunque la lluvia nos ha calado hasta las entrañas lo que, dicho sea de paso, permitirá que broten de nuevo y algunos opten por disfrutar de ese extraño placer de recolectar para no comer.
En este caso, las jornadas organizadas por la Sociedad Micológica “Sierra Norte” eran completas: al margen de las charlas informativas, organizaban una visita guiada con monitor incluido (imprescindible para el novato) hasta una finca en la que poder encontrar setas y hongos, examinarlos, extraerlos adecuadamente, reconocer si era comestible o no, compartir experiencias con el grupo y, después, que te las valorasen para exponerlas a toda la serranía, algo opcional, porque si te las quieres llevar para casa, no hay problema. Recomendable absolutamente lo del monitor si uno no quiere cometer las torpezas en las que ésta que les escribe cayó.
No les voy a contar detalles pero lo cierto es que la niebla que esa mañana imperaba en la Sierra Norte de Sevilla -a pesar que de que estaba en planta desde las siete- venció un poco al grupo, de modo que no llegamos a la visita guiada. Arrepentida estoy, palabra. La cuestión es que ataviados como nos habían aconsejado -botas adecuadas para la sierra, ropa de abrigo y chubasquero (a mí me faltó el paraguas), gorro y una canastilla-, decidimos salir por nuestra cuenta, sólo aconsejados por los que sabían algo de setas... Su mejor consejo, si tienes dudas, ni te la comas.
Como no había ruta, optamos por los caminos y por la finca en la que nos encontrábamos. Lo malo es que no eran las zonas más adecuadas; de hecho, ninguna de las setas de la primera tanda que cogimos eran comestibles... ¿Ninguna? Puede que ésta, pero como no la conozco... La segunda tanda, vino con riña incluida: ¿no sabes que no puedes arrancar las setas, que hay que utilizar un cuchillo? Pues no, no me leí las instrucciones, confiaba en el monitor que nunca encontré, me decía en silencio mientras miraba la canastilla con ribetes de bordados llena de raíces y setas mustias debido al chaparrón impresionante que nos había caído y que me obligó a cambiarme de ropa.
Al final, sólo te queda disfrutar de los faisanes de álamo (los de jara este año no se ven mucho) o las setas de álamo con ajito y aceite en el Casino de los Labradores, donde empanan las gallipiernas, las únicas que vi con mis ojos, porque lo que son las otras...
Asumido el fracaso de que ninguno de los ejemplares era comestible, es cuando de verdad te das cuenta de que has disfrutado como una niña: buscando bajo los árboles, removiendo la tierra, alegrándote cual infante al descubrir un ejemplar grande o una diferente a la anterior, bajando hasta el fondo porque has divisado una... ¿Y ésta, cómo se llama? Y, sobre todo, cuando paras el coche porque has visto algo y te encuentras con un manojo de champiñones silvestres -sí, esos sí eran comestibles- que arrancas cual ladrón porque estás en medio del camino y aún no sabes que tienes que usar el cuchillo...
Como no todo iba a ser negativo, la visita de una amiga nos descibre a la experta micológica: te mira las setas, coge un cuchillo y te explica por qué es de un tipo y no de otro (¿dónde he dejado mi libreta?), las huele (¿también hay que utilizar el olfato?), te separa las comestibles de las que no (que no se me olvide), te vuelve a echar la reprimenda por no usar cuchillo (no, si las últimas las he cortado para que vuelvan a nacer en la próxima temporada, te excusas) y descubres que entre las que has cogido algunas te las vas a poder llevar a casa. Porque yo les aconsejo fervientemente que prueben un día unas jornadas micológicas de este estilo pero con monitor, porque lo peor es no saber la seta que tienes en la mano y que te dejen con el regusto amargo de la duda: “son comestibles pero yo que tú, no me las comería”...