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Sicario: El día del soldado

La película no continúa de manera directa lo acontecido en Sicario, sino que vuelve a enfrascarnos en su mundo y en sus personajes

Publicado: 06/07/2018 ·
09:49
· Actualizado: 06/07/2018 · 09:49
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  • Sicario: El día del soldado. -
Autor

Jesús González Sánchez

Jesús González es graduado en Ciencias Ambientales y profesor de Educación Secundaria en El Puerto

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Análisis crítico (más pasional que racional) de los mejores estrenos cinematográficos de cada semana

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Alejandro es un lobo y tú no lo eres. Sicario (2015) lo dejaba bien claro. Frente al poder de los cárteles mexicanos cualquier acción tomada por los gobiernos que los sufren se antoja inútil. Solo personas como Alejandro, un sicario con la muerte tatuada en la mirada, conoce la importancia de mandar el mensaje adecuado en la guerra contra el narcotráfico y el tráfico de personas. Aunque ese mensaje, emponzoñado por la venganza, lo transforme en la parca ajusticiadora a sueldo de hombres trajeados dispuestos a traspasar toda línea establecida por la legalidad y la moral con tal de dañar al otro bando.

En Sicario: El día del soldado (2018) se echa de menos a Dennis Villeneuve en la dirección, la fotografía de Roger Deakings y las nuevas composiciones que hubiese podido crear el tristemente fallecido Jóhann Jóhannsson. También al personaje de Emily Blunt, que aportaba un vínculo narrativo y emocional importantísimo con el espectador. Pero a pesar de las ausencias, la segunda parte de lo que, parece, será una trilogía, funciona casi tan bien como la primera. Y lo consigue gracias al guion de Taylor Sheridan (Wild River, Comanchería), quien construye la película sobre los mismos pilares narrativos que sus anteriores trabajos: el fuerte carácter nihilista; los personajes áridos, rudos y viriles; y un gran uso de las problemáticas socioculturales actuales acopladas a esa especie de género “neo-western” en el que se engloban todas sus historias.

La película no continúa de manera directa lo acontecido en Sicario, sino que vuelve a enfrascarnos en su mundo y en sus personajes para afrontar, esta vez, otra problemática relacionada con el cártel mexicano: el tráfico ilegal de personas. Stefano Sollima, hijo del célebre director italiano Sergio Sollima, inicia su película con una secuencia de tensión creciente en la que vemos como terroristas islámicos se introducen en los Estados Unidos atravesando la frontera desde México, guiados en la noche por “coyotes” que trabajan para el cártel. Esta situación da luz verde al gobierno estadounidense para tratar el problema como terrorismo, y contactan con un especialista del juego sucio de guerrillas (Josh Brolin) para que inicie un conflicto entre los cárteles mexicanos. El equipo de soldados capitaneado por los personajes de Josh Brolin y Benicio del Toro secuestrará a la hija (Isabela Moner) de un jefe narco haciéndose pasar por miembros de un cártel rival, iniciando así una guerra interna entre ellos.

Como en su predecesora, la película muestra cómo tras cruzar la frontera todo puede pasar. La suerte deja de existir y la desconfianza y el pánico toman las riendas de la situación. Traiciones, tiroteos, corrupción y venganza están a la orden del día. La tensión se apodera del espectador a medida que avanza el metraje, empujándolo contra la butaca hasta los títulos de crédito. La sensación de que nadie está a salvo es real, y afecta a todo el que no sea Alejandro. Te recuerdo que Alejandro es un lobo. Y aún tiene un mensaje que dar.

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