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La Pasión no acaba

Cosas pendientes

La miro como se mira a la mujer amada, con deseo y respeto, con ansias de no dejar de tocarla mientras viva pero con el tacto necesario para que mis manos...

Publicado: 17/03/2021 ·
17:27
· Actualizado: 17/03/2021 · 17:27
  • La biblioteca. -
Autor

Víctor García-Rayo

El periodista Víctor García-Rayo es el presentador y director del programa La Pasión de 7TV Andalucía

La Pasión no acaba

Dedicado al alma de

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La miro como se mira a la mujer amada, con deseo y respeto, con ansias de no dejar de tocarla mientras viva pero con  el tacto necesario para que mis manos acaricien sin molestar, disfruten sin herir, sientan sin manosear.  Mis ojos se clavan en ella con la aspiración solemne -seguramente imposible- de consumirla y consumarla, de leer cada una de sus páginas, de echarme a la cara cada cubierta, cada camisa, cada hoja. Sé que no es posible, y me duele. Estoy delante de mi biblioteca, consciente de que es mía, pero sabedor de que jamás alcanzaré a tenerla del todo, a leerla del todo. Será de mi propiedad hasta que me marche y no habré cerrado el círculo de mi relación con ella. No hay tiempo en la vida para leer los libros que tengo y, si Dios quiere, tendré.


Es una relación hermosa y cruel, enriquecedora, tierna, leal y cierta, al tiempo que dolorosa, evocadora y realista. Entro a menudo a verla, solo por mirarla, por constatar una vez más que está allí. Me resulta divertido observarla, repasar que todo sigue como ayer. Su belleza sigue creciendo mientras pasa el tiempo con inexorable contundencia y se agiganta esa sensación que me aborda de incertidumbre. ¿Qué será de ella sin mí? ¿alguien la querrá como yo la quiero?


Una biblioteca deseada es un paraíso que uno sabe que tendrá que abandonar un día, es un lugar para encerrarse, cobijarse, un espacio seguro. Y es un problema vital. Por espacio, por ese riesgo a reconocer que no se puede leer todo lo que uno adquiere. Los libros son así, egoístas. Permanecen quietos, no hacen más que insinuarse desde el mismo lugar. Son bombones tras el cristal, dulces de estantería, canallas que se saben con esa fuerza de convicción. Y tiran de ti cuando quieren. Y se hacen dueño de tu reloj. Y de tus latidos.


Acabo de entrar en mi biblioteca. No puedo evitar quererla. Yo acaricio los libros, los toco. Están en el mismo sitio que los dejé, sabedores de su fuerza de atracción. Me gustan todos sus perfiles, cómo huelen y esa textura de unas páginas, hojas de papel, que algún día han sido compañeras de mi viaje vital. Siento orgullo y una dosis importante de melancolía. No puedo conocerla entera, en plenitud, jamás será mía del todo aunque ella sepa cómo la quiero.


Una biblioteca es un rubor, un desconcierto y un cuaderno de viaje. Quien lee viaja, vive muchas vidas y asiste al nacimiento del sol en muchos horizontes.


La miro como se mira a la mujer amada, con deseo y respeto, con ansias de no dejar de tocarla mientras viva pero con  el tacto necesario para que mis manos acaricien sin molestar, disfruten sin herir, sientan sin manosear.  


Hablad bajito, que tengo cosas pendientes con ella. 

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