La carne forma parte de nuestra cultura más cotidiana. Asustarnos con que viene en lobo me suena más a intereses económicos de las grandes compañías que a estudios rigurosos sobre los efectos en las personas de un buen plato de jamón con sus picos
Esa barbacoa de los domingos a mediodía con sus chuletitas de cordero, su secreto, su presa y sus costillitas de cerdo, los choricitos criollos, la panceta, las salchichas y las hamburguesas para los niños. Esos bocadillos de salchichón, de chorizo, de mortadela con aceitunas o de jamón ibérico debajo de una sombrilla en la playa, con su tintito con casera. Esos chicharrones, crujientes y sabrosos de la carnicería de Manolo que te los llevas en su papel de estraza y que no llegan a casa porque das buena cuenta de ellos por el camino. Esas tostás del desayuno con su buena manteca colorá, o con su foei gras de La Piara o su buen lomo metío en manteca con ese café con leche que te quema los dedos. Esa pringá del puchero con su tocinito, su morcillita, sus papas grandes, sus garbanzos y mucho pan de la Venta Las Cuevas para mojar, mientras se te caen dos lagrimones diciendo qué bueno está esto por Dios bendito. Y ahora nos viene la Organización Mundial de la Salud con un informe, vaya usted a saber de dónde lo han sacado, que dice que la carne es perjudicial, cancerígena y no sé cuántas cosas más. O sea, que si les hacemos caso, a partir de ahora a tomar verduritas (eso sí, ecológicas, no vaya a ser que estén contaminadas por pesticidas o cosas así y la palmemos por tomarnos una lechuga); a comer pescado (pero con mucho cuidado no vaya a ser que tenga el anisakis ese que se nos mete en el cuerpo y… al otro barrio antes de decir esta boca es mía); y a beber sólo agua (pero ojo, embotellada que la del grifo puede tener bacterias que son “mu malas”). A ver si nos enteramos, o mejor dicho, a ver si se enteran de una vez en la organización esa de la salud. Toda comida, en exceso es malo. Eso ya lo sabíamos. Dos o tres copitas de Tío Diego, de lujo, pero dos botellas en una tacada… te pillas una que ni te digo. Un cartuchito de castañas está genial, pero un kilo y medio en una sentada, te puede entrar de todo. Una Carmela de los hermanos Perea sienta bien a cualquiera (siempre que no tenga azúcar), pero una docena para merendar te empachas para tres días seguidos. Y una barbacoa de carne los domingos, sienta de maravilla a todo hijo de vecino. Lo malo sería hacer una barbacoa diaria, que únicamente sería bueno… para el colesterol malo. Un cuarto de chicharrones con tu parienta cuando se encarte es para dar gracias a Dios por crear al cerdo, pero ir a la carnicería de Manolo todos los días para llevarse el cartuchito es vicio, y además una bomba para las arterias. En fin, que ustedes me entienden. Que la carne forma parte de nuestra cultura más cotidiana. Y que asustarnos con que viene en lobo me suena más a intereses económicos de las grandes compañías que a estudios rigurosos sobre los efectos en las personas de un buen plato de jamón con sus picos, sus olivitas y su Tío Pepe fresquito ¿Se puede pedir más?