El rizado de una palma consume una jornada completa de trabajo, oscilando el coste del producto final entre los 60 y los 10 euros
Fue fray José Antonio Pérez quien trajo al convento del Carmen la tradición del rizado ornamental de las palmas que suelen emplearse en la solemnidad del Domingo de Ramos. A su fallecimiento, en octubre de 2012, frailes y seglares próximos a la comunidad decidieron mantener viva una tradición que, de otro modo, se hubiera perdido. Ese empeño ha permitido en este tiempo afianzar un pequeño taller artesano que estos días debe dar respuesta a los encargos que llegan de hermandades, congregaciones religiosas y particulares.
El proceso es laborioso y arranca semanas antes del Domingo de Ramos, con el encargo de las palmas a los proveedores de Elche (Alicante), que es el lugar en el que se abastece de materia prima a toda España. A partir de ahí se trata de responder a esos encargos. Según explica Antonio Rubio, que además de hermano mayor del Carmen es uno de los integrantes de este equipo de artesanos, la elaboración del rizado de una palma consume una jornada completa de trabajo.
“Hay tres tipos de palmas, de tres, dos y un metro; aunque también hacemos otras más pequeñas, de 80 centímetros, para los niños. El precio oscilal entre los 60 euros de las más grandes a los 35 de las pequeñas; y por las de los niños pedimos 10 euros. En realidad no es caro teniendo en cuenta el trabajo que tiene, porque nosotros lo que buscamos es que no se pierda la tradición”, comenta.
Este año han recibido encargos de las hermandades del Nazareno y la Expiración, cuyos juanillos lucirán palmas rizadas en el convento del Carmen. La Hermandad de la Borriquita también ha encargado palmas para las imágenes de San Juan y Santiago que acompañan a Cristo Rey en su paso de misterio. No obstante, el grueso de los encargos llega de manos de particulares que quieren engalanar sus balcones en los días de la Semana Santa.
Una vez que finaliza el trabajo, las palmas son cubiertas con plásticos para preservarlas de la luz, con el objetivo de que conserven el tono amarillento que las caracteriza, toda vez que en caso contrario tomarían su color verde natural. También es preciso humedecerlas de manera casi permanente para que no se sequen.
Fray Francisco Manuel Rivera, al que todos conocen como fray Paco, admite que la elaboración de estas palmas llena de “entusiasmo” a toda la comunidad, que puede presumir de conservar una secular tradición. “Quisimos seguir con esto para que nadie pensara que una vez muerto fray Antonio se acababan las palmas, y ahora creo que el futuro está garantizado”, presume.