Por su volumen y envergadura, la procesión magna mariana celebrada este pasado sábado en Jerez carecía de precedente alguno, no solo en la ciudad, sino en el resto de Andalucía.
Tanto el Obispado como el Consejo local de la Unión de Hermandades abrieron la puerta a la participación de todas las cofradías que así lo desearan y en vísperas de la Semana Santa pasada -en apenas unos días- la lista de confirmaciones adquirió caracteres superlativos.
A partir de ahí se hacía necesario encajar todas las piezas de un rompecabezas excesivamente complejo, de difícil resolución, y en el que sin duda podía quedar más de un cabo sin atar.
Apenas unas horas después de finalizada, las sensaciones de la Magna mariana son dispares. De entrada, resulta indudable que la procesión y todo aquello que la ha rodeado van a ocupar un lugar destacado en la historia de las cofradías.
La mejor conclusión que cabe extraer es que la Semana Santa de Jerez se ha sabido vender en el exterior, algo que sin duda había sido siempre una de sus asignaturas pendientes. Cofrades y curiosos llegados del resto de Andalucía e incluso del resto de España han podido admirar un patrimonio histórico y artístico del que pocas ciudades pueden presumir.
Basta echar un vistazo a las redes sociales para comprobar hasta qué punto son admiradas en el exterior tanto las dolorosas como muchos de los pasos de palio participantes en esta Magna mariana. Jerez y sus cofradías han enamorado a los miles de visitantes llegados a la ciudad.
En el ámbito doméstico, es indudable que esta celebración ha dejado tras de sí imágenes difícilmente repetibles que sin duda quedarán en el recuerdo de los cofrades jerezanos.
Especial es el caso de aquellas hermandades que han visto bajo palio a sus dolorosas por primera vez gracias a la generosidad de otras corporaciones andaluzas. La permanente evocación de lo vivido será sin duda un estímulo para que sigan trabajando en el engrandecimiento de su patrimonio. Y eso, se quiera o no, también es positivo.
De Rafael de Paula contaban que verle hacer el paseíllo ya compensaba el precio de la entrada. También, que una media verónica, unos ayudados por un alto o un trincherazo que llevaran su firma quedaban para siempre en la memoria, con independencia del devenir anterior o posterior de la faena.
Puede decirse por tanto que la Magna mariana ha dejado apuntes que conservarán las retinas de quienes tuvieron la suerte de vivirlos, pero -por seguir con el símil taurino- no debe dejar de reconocerse que no tuvimos ocasión de disfrutar de una faena redonda.
En un acontecimiento de esta magnitud se da casi por hecho que pueden acumularse retrasos, pero quizá antes de lo previsto empezó a constatarse que los horarios fijados inicialmente para el paso de las distintas cofradías por la plaza de la Asunción iban a quedar en agua de borrajas.
El difícil acceso a este céntrico enclave -a través de calles angostas como Tornería o Letrados- pareció convertirse en una losa demasiado pesada, si bien es cierto que fueron mayores los retrasos en el primer punto que en el segundo.
La Magna vino a confirmar que Tornería es sin duda uno de los grandes lastres de la Semana Santa de Jerez cuando de cumplir horarios se refiere. Más aún mientras no se adopte la determinación de fijar un aforo máximo de personas y además se siga permitiendo su presencia delante de los pasos.
Los pasos de peatones que se habían dispuesto en la Carrera Oficial tampoco funcionaron con la fluidez que sería necesaria. Además, se aprovechó la Magna para hacer una prueba de cara a la Semana Santa, disponiendo un único sentido en algunos de ellos. Huelga decir que este sábado no era el mejor día para hacer experimentos.
La acumulación de retrasos y el hecho de que las cofradías que venían por Letrados debieran esperar a las que accedían desde la zona de Tornería provocó cortes sensibles en la procesión, hasta el punto de que se alteró sobre la marcha el orden inicialmente dispuesto.
Esta anómala circunstancia despistó a muchas de las personas que se encontraban repartidas por la Carrera Oficial, sobre todo a las que habían llegado desde fuera de la ciudad.
Desde ese momento, el Consejo empezó a improvisar para dar solución a los problemas que se estaban generando en distintos puntos de los diferentes itinerarios, dado que debe tenerse en cuenta que no existía ningún plan B para un rompecabezas que requería del cumplimiento estricto del orden y los horarios.
La imagen que se ofreció desde ese momento no fue en ningún caso la deseada, con consejeros que iban de un lado para otro tratando de garantizar que el engranaje dispuesto no se parase.
Sufrieron especialmente esta situación las personas que se encontraban repartidas por la Carrera Oficial, donde el paso de las cofradías resultó tedioso.
Más suerte tuvieron quienes apostaron por ver a las cofradías fuera de ese itinerario, ya que dispusieron de más margen de tiempo para ver el mayor número posible de imágenes.
El paso del tiempo decidirá dónde quedan los buenos y malos recuerdos de una jornada que sin duda es ya historia de Jerez.
La sensación -pocas horas después de lo vivido-, es que no se puede negar que a lo largo del día y la noche se vieron muletazos dignos de un cartel de toros, pero que eso no debe dejar en el olvido que el astado se marchó vivo a los corrales una vez sonaron los tres avisos de rigor y tampoco la sensación del respetable de que a la lidia le faltó un poco de prudencia, orden y templanza.