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Viernes 01/11/2024
 

Jerez

Insólitos juegos de niños

Las calles de Algeciras en los años cincuenta estaban plagadas de niños que disfrutaban de una variedad de insólitos juegos en los que el fútbol tenía un claro protagonismo

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  • Por Cristóbal Colón y sin frenos nos lanzábamos calle abajo terminando en ocasiones en el interior de la tienda de Ballester, hoy Santos. -
Al carecer de distracciones propias de niños, era frecuente ver en la década de los 50 las calles plagadas de chavalería inmersa en una variedad de insólitos juegos de los que nos vamos a ocupar en nuestro reportaje de hoy. Por supuesto que el fútbol era, sin dudarlo, el que más protagonismo tenía, pese a que el "implacable Rodríguez", un severo policía municipal de la época, se afanaba en hacernos la vida imposible, aunque por regla general solía con frecuencia hacerse el distraído, sabedor de que no gozábamos de muchas alternativas para llevar a cabo nuestros juegos infantiles.

Cuando no tenía más remedio que actuar, la presencia del agente era coreada con la voz de "queu", que nos obligaba a emprender una veloz carrera en el sentido inverso al que llegaba la autoridad. Ese era nuestro sino que afrontábamos con verdadera deportividad, ya que huir de la ley también te producía un ligero cosquilleo y era una parte importante del juego. Pero al fútbol, que estaba generalizado en toda la ciudad y era el deporte que se practicaba en los colegios de forma preferente, había que añadir otros juegos como salto a pared, el palicache, carreras de carritos y la caza del murciélago.


Salto a pared consistía simplemente en situarse a horcajadas sobre tres o cuatro compañeros que se apoyaban contra una pared con las cabezas puestas en el trasero y sobre los que tenían que situarse los del equipo contrario, evitando tocar el suelo con los pies. El equipo que más tiempo aguantaba era obviamente el ganador. El palicache pasaba básicamente por palmear con una pala de madera un cilindro de madera también, provisto de dos puntas, que se elevaba al ser golpeado en uno de sus extremos. Como comprenderán, en ocasiones, el palicache era lanzado bastante lejos con el consiguiente peligro de impacto en personas y objetos del mobiliario doméstico, especialmente vidrieras.

Si el equipo contrario interceptaba el palicache debería lanzarlo hacia la palmeta que se situaba en el suelo apoyada en una piedra, y en caso de golpearla corría el turno. En el supuesto de que no ocurriera esa posibilidad el equipo palmeador contaba con la propia raqueta desde el punto de salida hasta el de caída y se anotaba el número correspondiente. Primero se contabilizaban las denominadas "buenas" y en una segunda parte del juego las "malas" que se hacían con la palmeta introducida entre las piernas. De este juego no conservo muy buenos recuerdos ya que a Don Higinio le costó pagar más que uno que otro cristalito que Pepito se había encargado de romper en el transcurso de la contienda.

La carrera de carritos se hacía desde la zona alta de Cristóbal Colón y terminaba en la antigua cervecería, a la altura de lo que hoy es una administración de lotería. Los carritos eran de madera y estaban provistos de una incipiente dirección y dotados de ruedas de cojinetes de bolas. Gracias a Dios que en la época había muy pocos automóviles ,pues el paso por la farmacia Guerra era de impacto, máxime sin estar dotados de frenos.

Por último, para la caza del murciélago, había que proveerse de una larga caña en la que se situaba una boina que, una vez levantada, se hacia girar de forma ininterrumpida hasta que el animalejo se introducía en su interior, bajando acto seguido el tinglado para poderlo capturar. Obviamente, se le sometía a la prueba de dar varias caladas a un cigarro de matalahúva, a cuyo efecto se les abrían las alas y su pequeña boca, para acto seguido dejarlo en completa libertad.

Con el clásico vuelo vacilante, el pobre pajarillo emprendía veloz huída y casi con toda seguridad tomaba buena nota para no volver a caer en las garras de aquellos niños protagonistas del extraño ritual.

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