En un psiquiátrico. Sin memoria reciente y con un aturdimiento propio de una vida arrancada de repente. Con el miedo en el cuerpo de que suene el timbre o llamen por teléfono. El girar la llave para arrancar el coche puede hacer que todo cambie. Con la ínfima esperanza de que todo vuelva a ser igual, pero con la sospecha de que la herida es tan profunda que el ocaso llegará sin haber sanado del todo.
Así se encuentra la mujer del inspector de policía que protagoniza la novela Plenilunio de Antonio Muñoz Molina. Una intrigante obra que narra un atroz asesinato con un trasfondo sociopolítico nada ajeno a nuestros días. Este inspector, cuyo puesto de trabajo es trasladado por haber sufrido el terror de ETA, nos cuenta cómo su mujer ha perdido el juicio por haber sido objetivo de la banda terrorista.
Mientras trabajamos esta obra en clase con los alumnos de primer curso de bachillerato, nos disponemos a comentar los temas que trata para poder contextualizarla y, cuál es mi sorpresa, que apenas una docena de ellos conoce algo sobre este pasaje de nuestra historia reciente. Es más, poco o nada les dice el nombre Miguel Ángel Blanco.
Hace 28 años un país entero contenía la respiración, se echó a la calle con las manos pintadas de blanco, encendía velas hasta en las plazuelas más recónditas implorando por la liberación del edil de Ermua, y los jóvenes de nuestro tiempo, los responsables futuros del devenir de los acontecimientos, ignoran completamente aquella atrocidad.
Es decir, día sí y día también desayunamos, comemos y cenamos con el terror impuesto por Franco durante su gobierno dictatorial hace ya medio siglo, pero obviamos que en el País Vasco los agentes de seguridad no podían tender su ropa a la vista de nadie por miedo a ser asesinados; que revisar los bajos del coche era condición sine qua non para poder sobrevivir en un día ordinario; que más de 800 familias quedaron destrozadas por el vil capricho de buscar una libertad inventada.
Jóvenes desmemoriados en la sociedad más globalizada y sobreinformada de la historia, a los que no les debe parecer mal que la representante de los herederos de estos asesinos negocie en el Palacio de la Moncloa de tú a tú con el Presidente del Gobierno. Pero, evidentemente, ellos no tienen la culpa.