Ando estos días preocupado por la deriva existencial de la Unión Europea (UE) acerca de la inmigración y los aplausos al plan de Meloni para encerrarlos en campos de deportación en Albania. Al mismo tiempo, sigo con estupefacción ese cruce de acusaciones de corrupción entre nuestros dos grandes partidos, mientras a izquierda y derecha (extremas) las peleas pasan por ver quién es más puro en el universo woke, aunque eso implique zarandear los mimbres mismos de la nación que dicen representar, o por elegir cuál es la frikada de la semana con la que convencer a propios y extraños, en una época en la que gente como Alvise es elegida sin que nadie se pregunte qué está pasando. Lo cierto es que la ruptura dialéctica entre polos es un hecho. Y, ya se sabe, a las palabras le siguen las realidades. La mesura, la moderación, la prudencia democrática, la convergencia labrada con base en tender puentes y cruzarlos entre orillas ideológicas distintas, el respeto al adversario, la aceptación escrupulosa de los preceptos constitucionales y legales parecen hoy pilares relegados al olvido en una democracia postmoderna de corte liberal acosada por diversos flancos. El rey emérito sigue echando gasolina a su propia obra, que fue la concreción del sentir de los españoles de bien, como si todo el mundo quisiera contribuir a la pira que borrará estos años de libertad de un plumazo, y mientras el paro, el precio de la vivienda, el respeto a la justicia (si es que existe o ha existido alguna vez) y la inmigración continúan descontrolados sin que se ofrezcan soluciones creíbles, maduras y con vías de prosperar. La esfera nacional acaba imponiéndose en la local, un escenario en el que la proliferación de viviendas turísticas, el acceso a la vivienda nueva o al alquiler se han convertido en un problema de tal magnitud que todas las fuerzas políticas, a izquierda y derecha, deberían ponerse de acuerdo si quieren que los jóvenes, el reemplazo de las generaciones que ahora aglutinan puestos de decisión y responsabilidad, tengan alguna oportunidad de aquí a medio plazo. Un país que es incapaz de despejar el futuro de buena parte de su población es una nación abocada la mediocridad y a vagar en la escena internacional como una apestada. Esa debilidad ya la hemos palpado con los ataques de México y la petición de perdón por parte de la Casa Real por la conquista de aquellas tierras. Las derivas existenciales sólo sirven, me temo, para encontrarse si se reflexiona sobre lo que ocurre alrededor. Y yo sólo veo gente gritando. Así es imposible escuchar.
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