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Barbate

Muerte cerebral... y vida

Su diagnóstico correcto precisa de una serie de exploraciones médicas y pruebas diagnósticas complementarias a fin de llegar a la certeza

Publicado: 24/06/2024 ·
16:46
· Actualizado: 24/06/2024 · 16:54
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En determinadas circunstancias, el cerebro deja de funcionar de forma brusca y definitiva, sin que haya posibilidad de revertir esa situación. Aunque el corazón pueda seguir latiendo con ayuda de aparatos electrónicos y mecánicos artificiales, el sistema nervioso central ya no es capaz de controlar y regular las funciones vitales del organismo. Puede producirse habitualmente por un daño grave en el cerebro, como un traumatismo craneal en un accidente de tráfico, tras una hemorragia o una isquemia cerebral (ictus), o por falta de oxígeno (anoxia cerebral) durante un tiempo prolongado. Su diagnóstico correcto precisa de una serie de exploraciones médicas y pruebas diagnósticas complementarias a fin de llegar a la certeza de que el proceso es irreversible, dada la extrema importancia de tomar en ese momento decisiones adecuadas.

Aunque muchas leyendas e historias populares puedan llevarnos a creer que muchos pacientes “vuelven a la vida” después de estar en coma durante meses o incluso años, el concepto de coma irreversible hace que sea inviable esta posibilidad. En la mayoría de los casos, se habían cometido errores al interpretar el diagnóstico correcto, y la situación clínica del paciente no era realmente tan grave. Por ello, se exige cierta experiencia y destreza para determinar la causa del coma y la localización de la estructura afectada en el cerebro, para evaluar correctamente la posibilidad de que pueda revertirse esa situación.

Actualmente, aplicamos rigurosos protocolos para certificar o confirmar la muerte cerebral, y es obligado repetir estas pruebas después de horas, a fin de no cometer errores y que los pacientes sean desconectados de los respiradores que los mantienen vivos de forma artificial con una certeza absoluta. Y aunque tratemos de evitar pensar en la posibilidad de que esto le suceda a alguno de nuestros seres queridos y amigos, es una situación que puede acontecer a cualquiera de nosotros, desde el lugar del paciente o en la piel del familiar que atraviesa por este doloroso trance.

Pero… ¿todo acaba ahí? Por paradójico que resulte, toda esta triste cadena de acontecimientos puede suponer poder empezar “una nueva vida”. Entre el dolor y la impotencia de quienes sufren la terrible pérdida, intentamos poner un poco de luz y pedir a los familiares ayuda e intentar hacerles principales partícipes de un acto de enorme generosidad en esos momentos de desconsuelo. Un acto de amor altruista, al solicitarles que compartan con una persona anónima y totalmente desconocida para ellos, los órganos que formaban parte de su querido hermano, pareja o hijo. Y sí, aunque a veces no tengamos a nuestros conciudadanos en alta estima, España se sitúa en los primeros lugares de donaciones a nivel mundial, lo que muestra claramente una empatía y generosidad enormes de nuestros vecinos. Los números son claros, ya que una persona fallecida puede salvar la vida de hasta ocho personas enfermas con riesgo vital. Por ello, todos los que participamos en este proceso que produce tanta tristeza pero que genera a su vez tanta esperanza, os damos las gracias a los que en estas circunstancias habéis “regalado” vida.

En este mundo en que sentimos que muchas veces prima el interés y la conveniencia propia, donar órganos supone un acto desinteresado que nos reconcilia con la bondad del ser humano. Y si son las creencias personales las que puedan limitar esta decisión de “entregar” el cuerpo de un ser querido, quizás nos ayude pensar que el verdadero alma de las personas no queda en un cuerpo inerte, sino en cada una de las decisiones, acciones y recuerdos de nuestra vida. 

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