Estamos constantemente tomando decisiones, aunque no seamos conscientes de ello la mayoría de las veces. No obstante, no todas tienen la misma importancia ni involucran el mismo grado de incertidumbre. Hay algunas que, a fuerza de ser repetitivas, tenemos estandarizadas, y otras que nos colocan ante una variedad de alternativas entre las que resulta más difícil elegir. Por mucho que se diga que uno aprende con cada error, no nos gusta equivocarnos y decidir nos pone ante esa posibilidad.Nuestra racionalidad es limitada.
El próximo domingo tenemos elecciones municipales y la primera decisión es votar o no. Se puede pensar que un voto más o menos no va a decantar la elección a favor de uno u otro candidato, y votar ciertas opciones minoritarias supone que esos votos no consiguen representación. La segunda decisión es a quién votar. Los candidatos se lanzan a la calle a “escuchar” al ciudadano. Sobredosis de escucha en campaña y sordera sobrevenida después.
El objetivo son los indecisos, porque hay votantes que tienen seguros. Hay quienes tienen claro que seguirán votando al mismo partido a pesar de los desengaños, escándalos e incumplimientos que les hayan podido infligir desde que les hicieron las últimas promesas. Quizás porque piensen que los otros son iguales o incluso peores, o que es mejor votar a los malos conocidos de uno que a los buenos por conocer ajenos.
Nos jugamos quién tomará las decisiones políticas al nivel público más próximo al ciudadano, y qué medidas se intentarán llevar a cabo para mejorar su día a día, suponiendo que los candidatos locales de los grandes partidos tuvieran la suficiente independencia para defender a sus paisanos frente a los jefes del partido que los ha puesto de candidatos. Si no se alinean en el mismo color político el gobierno provincial, regional y nacional ya se tiene la excusa perfecta para justificar que no se puede cumplir lo prometido.
También es difícil que un partido provincial pueda (aunque gane) imponer sus medidas a los grandes partidos que controlan el gobierno provincial, regional y nacional. Lo más probable es que haya que pactar para formar un gobierno municipal estable. Ahí entra el terreno de lo posible, con infraestructuras e inversiones. No es tiempo de promesas para Jaén. Es tiempo de hechos, porque ya decía Quevedo en El Buscón que “nadie promete tanto como quien no tiene intención de cumplir”.