Desde que el hombre decidió vivir en comunidad, tengo para mí que cayó en la tentación de enterarse de cosas del otro. Por si caso un día... Pero no se trata ahora de hacer antropología social sino, más bien, reflexionar sobre esta manía no sé si tan española, tan capitalista o tan universal que es la del espionaje en todas sus versiones y eufemismos: informes, estudios, dossieres, documentación, etc. En los EEUU hay profesionales que los candidatos a ocupar puestos políticos contratan sin ningún pudor para que investiguen lo que allí puede suponer un duro revés para el adversario: desde que se fumó un porro a los 16 años hasta que tiene un hijo secreto. Todo vale y esos tipos que se dedican al trabajo sucio están muy bien considerados y hasta deben anunciarse en las páginas amarillas.
Aquí, que es lo que nos interesa, los dichosos informes han estado siempre a la orden del día y en manos de gentes absolutamente variopintas: desde los “dossieres de infarto” que anunció y nunca enseñó el Alfonso Guerra de la transición, hasta los que dicen que encargaba Ruiz Mateos –el jerezano, rizando el rizo y yo creo burlándose un poco, incluso ponía anuncios en la prensa–. En cada follón financiero se han movidos espías y dossieres: en Banesto, en Caja San Fernando, en Endesa, tal vez ahora en Caja Madrid... Y para que no faltara de nada en este sórdido mundo, incluso es sabido que el viejo Cesid espió al mismísimo Rey.
¿Resulta todo lo dicho, y todo lo que se podría añadir, razón suficiente para justificar esta práctica absolutamente deleznable? Evidentemente no y el Partido Popular se encuentra ahora en una situación delicadísima que alguien deberá explicar. Bien es verdad que los informes publicados hasta hoy por El País son en su inmensa mayoría nada más que nada, porque para lo que dicen, quien fuera se habría ahorrado mucho tiempo preguntando directamente al espiado: sale de casa, va su trabajo, come en un restaurante, vuelve si trabajo y vuelve a su casa. Emocionante y muy revelador.
El problema, claro, no es el resultado de esos seguimientos sino que esos seguimientos se hagan, que alguien ordene hacerlos y también –no lo olvidemos– que una vez hechos alguien los filtre a la prensa. Encontrad a ese alguien final y el puzzle encajará.
Pero aunque sea medio cierto, no sirven los argumentos del PP: cuando peor está el Gobierno con unas cifras negativas como para ponernos a todos los pelos como escarpias, aparecen los espías y el drama del paro pasa a un segundo plano. Cierto, pero la alternativa a ese Gobierno, para muchos desastroso, de ZP, es precisamente el PP, un partido en el que sus dirigentes no se fían los unos de los otros y hasta, al parecer –que todo deberá ser demostrado ante la Justicia– se ponen espías entre compañeros. Si creemos que este Gobierno lo hace mal ¿nos podríamos fiar de una oposición así? Una vez más repito en prosa rural lo que Popper decía más finamente: “Lo malo de la realidad es que es terca como una mula y se termina imponiendo a los discursos, a los optimismos y a las mentiras”. Cuanto antes se aclare todo y caigan los que tengan que caer –si es alguien tiene que caer– mejor será no sólo para el PP sino para este país harto de que unos y otros le tomen por imbécil.