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Escrito en el metro

El diálogo de Culcita y Davalia

Según los humanos esa luna de Júpiter, la más grande del sistema solar, al presentar su superficie helada piensan que pueda tener de un océano congelado

Publicado: 27/04/2023 ·
11:13
· Actualizado: 27/04/2023 · 11:13
  • GAnímedes. -
Autor

Salvo Tierra

Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial

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Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía

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Como auditor de helechos estaba en aquel Valle perdido cuando pude oír una conversación que mantenían dos individuos de estas plantas. Ambas llevaban viviendo allí desde hace más de treinta millones de años. Se asentaron en aquel lugar al poco de tornarse, el hasta entonces un paisaje árido, en un ambiente tropical. Pero tropical de verdad, un bosque de nieblas con lluvias permanentes y temperaturas suaves durante todo el ciclo anual. Culcita interpelaba a la intrépida Davalia ¿Dónde vas loca? Aquí ya quedamos cada vez menos. Me voy a Ganímedes, le respondió entusiasta desde la horquilla de un quejigo, se rumorea que allí hay toda el agua que aquí no llega. Entonces la templada Culcita le explicó que es todavía una suposición. Según los humanos esa luna de Júpiter, la más grande del sistema solar, al presentar su superficie helada piensan que pueda tener de un océano congelado. Hasta llegan a conjeturar que podría haber algún tipo de vida. Pero nada de esto lo sabrán con seguridad hasta el 2035. Si la hipótesis se confirma, entonces los humanos enviarán naves que tardarían por lo menos ocho años en llegar, y a nosotros, unos humildes helechos, que según ellos no servimos para nada, no nos llevarían en el mejor de los casos hasta el próximo milenio. Desgraciadamente, ingenua Davalia, por mi experiencia sé que la población de mi especie y las de algunos otros colegas, como Diplazio o Cristela, ya no habitarán en el próximo siglo en este último valle. La réplica tardó en llegar tras un taciturno silencio. Y entonces la cándida planta interrogó con descaro a la más longeva: Culcita tus antepasados vieron desde aquí extinguirse a los dinosaurios, plegarse las cordilleras, desecarse por completo el mar que contemplamos y volverse a llenar durante la inundación más grande que ha vivido nuestro planeta, y de verdad piensas que este endeble bichejo, que es el ser humano, puede acabar con nosotros y nuestra descendencia. He visto también muchas plagas, impaciente compañera, pero ninguna tan devoradora e invasora como esta, le espetó. Su capacidad de multiplicarse es descomunal. Pronto serán más de diez mil millones de sus individuos los que pueblen hasta los rincones más inhabitables de cada uno de los continentes. La única oportunidad que tenemos es que sigan hacinándose en esa especie de hormigueros que ellos llaman ciudades, que en ellas produzcan y satisfagan sus necesidades de recursos. De esa manera es probable que nos dejen en paz. Si para nosotros este es el último valle, para ellos la esperanza solo puede estar en hacer un uso razonable y ordenado de aquellos enjambres, de la ciudad.

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