Desde hace varias semanas en el vocabulario político ha aparecido el verbo derrocar empleado por Sánchez continuamente siguiendo la estela de Maduro, el dictador venezolano que quiere una oposición que no interfiera en su forma de Gobierno.
El plagiador aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, es decir, aprovechando el Estado de Alarma ha abusado de decretos leyes otorgándose derechos excepcionales jamás visto en los 40 años que llevamos de democracia.
Ha arribado a la Moncloa con menos escaños propios que nadie y gracias una sentencia falsa que permitió la moción de censura Frankenstein, con los que prometió que nunca pactaría y que son sus compañeros de viaje desde entonces. Ya han pasado 2 años y con tan solo 120 escaños Sánchez se siente seguro porque la configuración del Parlamento no permite llevar a cabo una moción de censura que lo desaloje de la Moncloa como él hizo con Rajoy y por otra parte, puede convocar elecciones anticipadas cuando le dé la gana.
Es decir, cuando crea que le son más beneficiosas. La oposición, por otra parte, tiene el deber de fiscalizar al Gobierno y reemplazar al que ostenta el poder, de ahí que Sánchez impute al Partido Popular de golpista asegurando que lo quiere derrocar. Es decir, tratando de derrotarlo recurriendo a la violencia o a procedimientos ilegales. Y es que piensa el ladrón que todo el mundo es de su misma condición.
La crisis sanitaria, a pide de un rebrote, está provocando una crisis económica de enorme gravedad, lo que justificaría un acuerdo entre los dos partidos mayoritarios de España, PSOE y PP. Pero Pedro Sánchez no está por la labor, su único objetivo es anular a la oposición mediante una estrategia que le viene dando resultado que consiste en acaparar el poder aliándose con unos y con otros según le conviene pero nunca con el Partido Popular.
Ante esta tesitura en la que debe prevalecer el interés nacional y dejar de fiscalizar al Gobierno, el presidente de los populares va a tener que agudizar su inteligencia al igual que aquel alcalde que su rey puso a prueba ordenándole una misión imposible. “Toma este carnero, dale de comer todo lo que él quiera, que nunca le falte la comida y dentro de un mes me lo has de devolver mucho más flaco”.
Tras mucho pensar de como salir de aquel entuerto, construyó dos jaulas y las colocó una junto a la otra. En una metió al carnero y en otra a un lobo. Al carnero todos los días le ponía comida y al lobo lo tenía en ayunas.
Cada vez que el carnero se acercaba a la comida el lobo sacaba sus arpas entre las rejas atemorizando al carnero que no se atrevía a comer. Al cabo de un mes lo poco que comía le hizo tan mal provecho que se quedó en los huesos. Así pues se presentó ante el rey con el esquelético animal habiendo cumplido lo que el rey le había ordenado y de esta forma se ganó la gracia del monarca. Termino recordándole a Pedro Sánchez que ser necio de nacimiento es una enfermedad incurable.
