Dijo Einstein que era más difícil disolver un prejuicio que un átomo. Tenía razón, pero no hay nada como un dato para intentar tumbar un relato falso. Durante décadas, los andaluces hemos tenido que soportar el tópico hiriente de que somos indolentes y que no trabajamos porque queremos vivir a costa de las paguitas, con el antiguo PER a la cabeza del estigma de la sanguijuela que le chupa la sangre al Estado, a la Junta o al resto de administraciones públicas. Nos tejieron un traje de vagos que viven permanentemente de la sopa boba. Llevamos tanto tiempo escuchando este desprecio salvaje hacia los andaluces que no sabíamos cómo actuar: si como decía el insigne Caballero Bonald que había que ignorar esos insultos vacuos o como espetaba otro gigante, el psicólogo Carlos Castilla del Pino, que era necesario reaccionar y dar un golpetazo en la mesa.
Con este dilema de fondo, esta semana hemos conocido dos informes que tumban las barbaridades que han vomitados ignorantes y estultos representantes del clasismo territorial procedente del centralismo madrileño o del nacionalismo catalán que han usado sus mentiras como ariete político de desgaste contra Andalucía para perpetuar su posición dominante o sus privilegios. Recuerdo especialmente con indignación las ofensas de dos ex presidentas de la Comunidad Madrid: Esperanza Aguirre cuando se disfrazó de cómica de cuarta al escupir el “pitas, pitas, pitas” que se le echa a las gallinas para criticar que en su día bajasen las peonadas -porque hubo sequía y una mala cosecha- para poder cobrar el subsidio agrario, y Cristina Cifuentes, quien no pudo meter más la pata al afirmar que los madrileños pagan la sanidad y la educación de los andaluces sin saber que no cotizan los territorios, sino las personas. En esta lista de personas non grata para Andalucía, podríamos enumerar también a numerosos dirigentes nacionalistas catalanes que ignoran lo mucho que aportó la inmigración andaluza al crecimiento y prosperidad de Cataluña.
Pues todos ellos, si les queda algo de vergüenza, deberían pedir perdón si leen detenidamente un estudio de Randstad que detalla que las comunidades con mayor absentismo laboral son las del norte, y que Andalucía es la cuarta comunidad donde sus habitantes se ausentan menos del trabajo, con medio punto por debajo de la media nacional: 6,2 horas de cada 100 horas, frente al 6,7 del conjunto del país. Y otro informe confirma que la meseta y el norte peninsular, y no precisamente Andalucía, son los territorios de España con más del 50% de la población dependiente de ayudas, pensiones o pagas del Estado.