He mirado el calendario y he cambiado de idea. Iba a hablarles de la infancia, de las huellas que deja en nuestro propio
yo, de cómo en esa etapa de la vida se da forma a lo que cada uno de nosotros seremos el resto de nuestras vidas aún con algún margen de mejora... Iba a relacionar todo eso con el inminente lanzamiento de mi nuevo libro,
Tú mataste a Dumpivampi, que aún humea en las cocinas de la editorial y que en los próximos días estará disponible para todos y todas ustedes. Pero he mirado el calendario y he cambiado de idea.
He cambiado de idea porque he recordado que el ocho de marzo fue el sábado y que las mujeres han vuelto a conmemorar su día. Establecido en su momento como Día de la Mujer Trabajadora, se ha convertido en el día en que las mujeres reivindican una vez más la igualdad de derechos, reivindican su libertad sexual (las reacciones al juicio contra Rubiales nos demuestran que aún queda mucho por hacer), exigen el fin de los techos de cristal y las brechas salariales y de pensiones... Se ha convertido en el Día de la Mujer sin otros matices. Pero, ojo con esto, no es un feliz día que celebrar. Es un día para recordar la lucha y las reivindicaciones que quedan por conseguirse para una igualdad real.
Este año la casualidad y la ironía han decidido que coincidan con el segundo fin de semana de Carnaval (en la Bahía de Cádiz aún nos queda el de los
jartibles), retratando la facilidad con que algunos sectores de la sociedad se disfrazan de algo que no son durante los días señalados. Decía Juan Carlos Aragón en
Los Yesterday: “cuando llegan los días
señalaíllos hay muchos niños pijos que van de hippies; se visten hippy, se meten tripis, y juran que son hippies porque es un
flipi”. Y hemos visto cómo estos días ha habido quien adopte el color morado del feminismo porque
mola; veremos cómo en las fechas del Orgullo LGTBI algunos adoptarán el arcoiris de dicho colectivo
porque es lo que toca hoy, aunque después pase la fecha y vuelvan a cubrirlo con el negro de su hipocresía. O cambie un gobierno de un país y las grandes multinacionales se hagan
popó y destierren cualquier guiño a esos colectivos que no sean del gusto del nuevo presidente. Ya lo hemos visto en Estados Unidos.
Aquí, en esta
Españita que desaprovecha cada oportunidad de volver a ser grande, hemos visto felicitaciones a las mujeres por su día, los pesados de todos los años reivindicando un Día del Hombre (como si estuviéramos discriminados y no en una posición de privilegio), los que se disfrazan de aliados a ver si pillan cacho... mientras ven entre risas una nueva peli de Torrente, insultan a Jenni Hermoso en las redes, expresan temor en Twitter ante
las Charos o dicen que se sienten amenazados por las
feminazis. No hace tanto vimos el famoso vídeo de los
hombres cagados que sucedió a la denuncia de Elisa Mouliáa contra Íñigo Errejón, la infame actitud del juez Carretero... incluso el pasado viernes he leído que un juez ha rebajado la pena a un agresor sexual porque (cito) “la víctima aparentaba 16 años en lugar de los 13 que tenía”.
Siento fastidiar a señoros y machirulos con un nuevo artículo de apoyo al feminismo, pero así será mientras el feminismo siga vivo. Mientras los jueces sigan responsabilizando a las víctimas de agresión o violencia de género, habrá feminismo que los enfrente. Mientras ellas sigan asumiendo los cuidados familiares y el trabajo doméstico por imposiciones de género, habrá feministas luchando. Mientras los techos de cristal y las distintas brechas nos hagan diferentes, ahí estará el feminismo protestando. Y yo no sé ustedes, pero elijo estar ahí apoyando su causa: todo lo demás son meros disfraces de Carnaval.