Huele a leyenda urbana, pero todo el mundo dice conocer a alguien que ha sido juzgado por dar un puñetazo a alguien, se le ha impuesto una multa y le ha dicho al juez “tenga usted el doble y así le doy otra hostia”. Sin embargo, la sentencia conocida estos días del caso Rubiales resulta infame y más cuando no se trata sólo del famoso
piquito, sino del abuso de poder obviado en la resolución y de cómo ha sido el procedimiento. Se puede decir, a tenor de las imágenes que han trascendido, que hemos visto todo aquello que llevamos años diciendo que no se debe hacer.
Primero, a nivel social: se ha relativizado la gravedad del asunto, porque tenemos interiorizadas como normales conductas igualmente agresivas pero de mayor calado, como tocamientos o prácticas forzadas de mayor enjundia. No obstante, lo que creamos a nivel social no influye directamente en lo que se practique en Derecho aunque lo que se hace en Derecho es un reflejo de la propia sociedad. Las conductas son más o menos punibles en función de las necesidades jurídicas de la sociedad aunque las leyes vayan a remolque de dichas necesidades. Al final, poca gente entiende que se juzgue por un beso forzado pese a que sea igual de grave, en cuanto al acceso carnal no consentido, que cualquier otra práctica de mayor enjundia.
Segundo, porque la actitud chulesca y los argumentarios memorizados (“rollo aprendido”, dijo el juez) de los imputados ya debería dar pistas sobre su falta de credibilidad. Sin embargo, aún hay quien da crédito a la teoría de que todo estuvo bien hasta las supuestas presiones políticas y feministas, cuando en el juicio ha quedado demostrado que las coacciones y presiones vinieron de la RFEF. Otra cosa es que se hayan condenado, dado que nuestras leyes sólo ven punibles las coacciones cuando media violencia.
Tercero, porque se ha vuelto a revictimizar a la víctima cuestionando que quisiera celebrar el título conseguido (a veces se nos olvida que todo ocurrió en el contexto de haber ganado el Mundial de fútbol femenino) o que tardase unas horas en hablar con sus compañeras de lo sucedido o en tomar conciencia de haber sido agredida. Cada persona procesa y gestiona las cosas a su manera, como buenamente puede, sin que ello deba ser motivo de cuestionamiento o de presunción de falsedad como ha ocurrido con Jenni Hermoso..., y con cada víctima de violencia sexual, para qué negarlo. Parece que necesitemos un manual de la víctima perfecta para que las mujeres actúen como quieren los machistas para que las crean..., y aún así no las creerían.
Cuarto, porque la sentencia resulta vergonzosa. Si ya vimos en el caso de Dani Alves cómo una fianza ridícula en relación a su patrimonio sirvió para excarcelar al jugador, en este caso el juez ha visto oportuna la equidistancia y ha condenado la agresión pero con las sanciones mínimas, esto es, una multa que no llega a 11.000 euros (veinte euros al día durante dieciocho meses). Esto significa que, por si no fueran un tanto cortas las condenas por violentar a las mujeres, si el cerdo en cuestión tiene dinero se le castiga
más flojito.
Y quinto, porque visto lo visto, cuestionamos a esas mujeres que no denuncian cuando ya se ve qué proceso tienen que atravesar, siendo más señaladas que su agresor, para luego ver cómo se ejecuta la ley pero no se hace justicia. Sufrir todo esto para nada. Y es que es normal que les cueste denunciar: aunque el tópico diga que a las mujeres les gusta ir a las rebajas, bien se ve que cuesta denunciar viendo que la justicia, para los ricos, está de saldo.