Desde muy pequeño y ahora de adulto, 36 años después hacía la misma ruta camino de su trabajo. Liborio siempre que pasaba ante aquella puerta, estaba cerrada, y se hacía la misma pregunta ¿Qué habrá detrás? A lo largo de más de tres décadas había imaginado mil y una cosas entre la oscuridad y la luz.
Era todo un enigma, cuántas y cuantas veces hubiera deseado que se abriera y alguien saliera de allí. Siempre esperaba alguna sorpresa, de estas que esconden pequeñas maravillas, entre fantasías y realidades, cuentos posibles y quimeras increíbles.
Muchas noches había soñado con aquella mansión y vivido historias de película , acciones en las que él, como protagonista, salvaba en el último instante a la bella princesa Romualda que habitaba aquel palacete y que recorría la casa al oscurecer hasta el amanecer buscando una salida que no encontraba.
Aquella pesadilla siempre terminaba con la mansión en llamas y nuestro héroe salvando a la Princesa y sacándola a la calle entre las aclamaciones y los vítores del gentío, ¡Qué alegría ente tanta tragedia! ¡Qué dolor dentro del gozo ¡
A lo largo y ancho de un tiempo que era el mismo tiempo, había vivido muchas vidas y albergaba miles de vivencias y esperanzas, en las que se abriera aquella puerta y le diera a conocer un mundo desconocido, con novedades,energías,decepciones, corajes y futuros sin escribir.
No había mayor misterio que el que podía ocultar aquella puerta cerrada, al igual que no hay arte sin tradición ni árbol sin raíces. Aquella imagen permanente y cotidiana a modo de frontera, entre lo vivido y lo imaginado, lo conocido y lo desconocido, resultaba intrigante.
Todos los días, Liborio, esperaba lo inesperado, para que dejara de serlo, aunque bien visto, le resultara inverosímil, pero era la única manera de mantener la capacidad de sorprenderse. Y así, uno día tras otro, pensaba ¿Y si ocurre mañana?
Un día vio la puerta limpia, lustrosa, reluciente y brillante. Una imagen inédita, como si la hubiesen vestido con sus mejores galas y estuviese esperando que alguien la abriera, que algún atrevido mostrara su interioridad y su relato.
En todo este tiempo no había sido testigo de tal acontecimiento y sospecho y supuso que algo extraordinario ocurría o iba a suceder. Efectivamente, preguntando por el barrio, le dijeron, que en breve uno de los herederos aparecería por allí.
Y un viernes de primavera ocurrió: Alguien que aparentaba la cuarentena, de la misma generación que Liborio, cuyo nombre era Donato, estaba introduciendo la llave en la cerradura. Era uno de los tataranietos de su abuelo Macario, que a finales del Siglo XVIII habían levantado esta señorial mansión...
Entre la inteligencia y el ingenio, Liborio, en una tarea dominada por la curiosidad y la investigación, iba desgranando la historia de aquel caserón, con aquel patio con un inmaculado suelo de mármol blanco, una fuente en el centro y cuatro limoneros en las esquinas.
Tras aquel gesto de girar la llave en la cerradura , pudiera parecer que el misterio o el encanto de la puerta cerrada hubiera desaparecido , pero no era así , ya que todos se preguntaban que habría detrás de todas aquellas puertas que permanecían cerradas, entre vidas escandalosas y muertes misteriosas.