Al cabo de la calle

Publicado: 12/04/2018
Autor

Juan Antonio Palacios

Juan Antonio Palacios es observador de la conducta humana, analista de la realidad y creador de personajes literarios

Curioso Empedernido

Curioso empedernido. Curioso de las tres pes, por psicología, la política y el periodismo, y alérgico a las fronteras y murallas

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Vemos reflejados en los medios de comunicación noticias de todos los colores y clases, creíbles e increíbles, sobre la equidad que no existe
En contacto con la realidad suelen escucharse  y verse las cosas más sustanciosas, que bien podrían ser el argumento de cualquier novela que nos propusiéramos. Al cabo de la calle comprobamos y ratificamos que cualquier propuesta que hubiéramos podido imaginar, se ha visto superada por los hechos.

Vemos reflejados en los medios de comunicación noticias de todos los colores y clases, creíbles e increíbles, sobre la equidad que no existe, reclamando una justicia que es mentira, un consenso que no se da porque nadie es capaz de ceder.

Con el tiempo y paciencia comprobamos que el que  algo quiere, no lo puede pretender conseguir de forma gratuita sino con esfuerzo por lograrlo, y si no lo hace, de nada vale que pida ayuda o que pretenda que los demás le hagan el trabajo.

Nos asomamos a la sociedad y nos damos cuenta de la gran desigualdad que genera un sistema que favorece que tengan más, quienes más tienen y menos los que no tienen nada. Entre símbolos y fetiches nos engañan y envuelven en necesidades artificiales y objetivos imposibles.

Solo basta observar un poco para darnos cuenta de la calidad ética del grupo en el que vivimos y con el que convivimos. Si reproducimos los mismos modos  y actuaciones de los déspotas y dictadores, no podemos presumir ser demócratas y mucho menos de izquierdas.

Defender a capa y espada los intereses de la privatización de los servicios públicos frente a la buena gestión de éstos, no solo es un grave error sino un perjuicio enorme para gran parte de la población. No podemos ser neutrales cuando está en juego el bienestar de la mayoría y la cobertura de los más desfavorecidos.

Al cabo de la calle, hemos de ser valientes y no nos podemos resignar con las injusticias y desigualdades como inevitables,  quedarnos anclados en la nostalgia del pasado cuando vivíamos mucho mejor sino que hemos de tomar la iniciativa, y luchar por cambiar las cosas para reducir al mínimo la desigualdad y construir una sociedad mejor y más justa.

Tenemos que tener claro que con los pies en la tierra, hemos de propiciar que cada cual tenga  todas oportunidades posibles, según sus capacidades y que tenga las prestaciones que precise en función de sus necesidades.

Resulta una tremenda injusticia que alguien pueda ver frustrado el desarrollo de sus habilidades por falta de oportunidades, pero tampoco nuestra sociedad está en condiciones de prescindir de talentos que son necesarios para fomentar el conocimiento y la investigación.

Con frecuencia confundimos necesidades, deseos, querencias y gustos, y son tan distintas que si no cubrimos las primeras, el edificio social se viene abajo y estamos alimentando un individualismo posesivo  y una subjetividad egoísta.

Al cabo de la calle descubrimos que hayamos nacido donde hayamos nacido, somos ciudadanos del mundo, y que por mucho que algunos desalmados se empeñen en enfrentarnos unos con otros, no hay más patria que la humanidad.

Por tanto la mayor y mejor Constitución  es la que nos garantiza a todos y todas  el ejercicio libre de los derechos humanos. Lo demás son zarandajas, y autoengaños bajo bonitas palabras que solo nos conducen hacia atrás, en lugar de  hacia un futuro sin fronteras ni murallas.
                       

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