En nuestras vidas hay muchas maneras de concebir un impulso, en sentido positivo o negativo, pero casi siempre cuando hablamos de los mismos, lo estamos haciendo de la tendencia a realizar una acción por una necesidad insatisfecha, y que normalmente podemos controlar, pero podemos dejar de hacerlo en cuanto entramos en contacto con la realidad.
A veces toman la forma de fijaciones u obsesiones, como aquellos que están las veinticuatro horas del día pendientes de su imagen y terminan tan ciegos, que los árboles les impiden ver el bosque, y se sienten tan angustiados que dejan de ser personas para convertirse en objetos.
O aquellos otros que no pasan ni un solo segundo sin que su móvil les controle, y reciben miles de mensajes sobre las mayores chorradas y están más pendientes de contar lo que les pasa y colocarlo en las redes sociales que de vivirlo.
Entre nuestros impulsos y realidades, aprendemos que las cosas mágicas y maravillosas son fugaces y breves, sino no serían tales. Muchas veces mantenemos una competición con nosotros mismos y pensamos que se podían hacer las cosas más rápido.
A veces la emoción, bien sea una pena o una alegría, como dice la canción, nos nubla la razón, y nos movemos entre el optimismo ingenuo y contagioso y el catastrofismo tóxico y perjudicial. Ese contraste en ocasiones nos mantiene en el problema y en otras nos proporciona la solución.
Pero entre nuestros impulsos y las realidades, casi siempre hay posibilidades para iluminar la mayor de las oscuridades y alcanzar nuestros destinos por muy imposibles que nos parezcan, y entre aceleraciones y parones, transformaciones y evoluciones vamos saliendo del callejón sin salida en el que nos habíamos metido.
Los cambios y las metamorfosis las provocan innovadores y pioneros, sin odiseas ni epopeyas, pero como buenos músicos, con las partituras, instrumentos y batutas muy claros., evitando pisotones y empujones, sin presumir de los atractivos pero poniendo en valor las fealdades.
Vamos escribiendo nuestras historias a base de impulsos, entre despegues y aterrizajes, promesas y desalientos, alzas y bajas, retos y oportunidades, timbales y tambores, formulas ganadoras de líderes perdedores, derechos que nos quitan y objetivos que no alcanzamos.
No podemos perder el tiempo ni la energía en discusiones y dispersiones inútiles y sin sentido .Los conflictos y las peleas solo nos provocan sentimientos de frustración, y cuando nada podemos hacer, resulta tedioso y aburrido persistir en el error.
Si nos fijamos, hoy en día, dependemos de internet para todo, individual y colectivamente. No hay cosas que hagamos como sujeto o gestión que tengamos que realizar en una institución o entidad privada, que no pase por introducir nuestros datos en el ordenador de turno.
Hemos de saber distinguir entre gestos y provocaciones, largos e intensos recorridos, esfuerzos y sacrificios, recomendaciones y sugerencias, advertencias y avisos, asesoramientos e indicaciones, amarguras y desgracias, cautelas y prudencias.
Es mejor tomar la vida como nos venga, sin preocupaciones, tensiones y estrés, para que todas las piezas del puzle vayan encajando, de manera fluida, fácil y relajada, sin tretas ni trucos y sabiendo disfrutar con todas sus consecuencias.