La mentira cansa. Tal vez por eso a la ciudadanía les agote tanto la verborrea de algunos políticos, porque los engaños y las promesas y juramentos en falso no pueden ser nunca la dialéctica de ningún responsable público en su relación con los electores.
Quienes deben ser los agentes y protagonistas de cualquier cambio que son los ciudadanos y ciudadanas no pueden ser ignorados, y mucho menos estafados con promesas que jamás se cumplen porque eso no solo provoca cabreo y desanimo sino soldados de la antipolítica.
En la última década, los tiempos han cambiado y lo que antes eran campañas de propaganda a bombo y platillo y con todo despliegue de medios, ahora son mensajes que circulan por las redes y llegan a cualquier rincón del mundo.
Ningún político debe olvidarse que lo que fortalece a cualquier democracia es el ejercicio de las libertades. Los políticos con sus gestos, palabras y actuaciones nos tienen que inspirar confianza y no dar miedo, nos han de seducir y conquistar y no provocarnos sufrimientos con sus decisiones y medidas.
Con frecuencia nos encontramos con miradas huidizas, bolsillos de acero y razones ocultas, buscando un utilitarismo en el que no existen ni las ideas, no cotizan los valores y hay una ausencia de principios. Es un escenario en el que la ética está reñida con la política y en el que nadie es quien dice ser.
La hipocresía de algunos de los personajes públicos no solo resulta dañina y peligrosa sino que se convierte en obsesiva para conservar el poder a toda costa, con lo que lo importante no es convencer y colaborar sino mandar y dominar a las personas para convertirlos en siervos fieles y discípulos dóciles de una determinada doctrina.
Dentro de la atmosfera de la trola,el engaño y la falsificación, los ciudadanos y ciudadanas se preguntan una y otra vez, el porqué de su mala suerte para sufrir y soportar gobiernos que les mienten y les hacen sufrir, y en la mayoría de las ocasiones les roban y defraudan.
Hay quienes piensan que decir la verdad no solo no es rentable sino que le resta votos, lo que no deja de ser un grave insulto al pueblo soberano, que lejos de lo que nos podemos pensar, agradece que se le mire a los ojos con limpieza y claridad y se le diga “al pan , pan y al vino, vino”
Vivimos en una sociedad mediática, en la que cualquier acto público o privado, puede ser visto en cualquier lugar del mundo, ofreciéndonos no solo una información sino generando un clima de opinión, en lo que se llama el premio o la condena del telediario.
Asistimos como una y otra vez, por distintas razones y circunstancias, desde el poder de quien paga hasta el disimulo y el embuste de los interrogados, los sondeos, encuestas, barómetros, observatorios y demás zarandajas nos ofrecen datos contradictorios y pronósticos que después no se corresponden a la realidad.
De todas maneras, los más peligrosos en este teatro del aparecer pero sin ser son los doctores de la mentira, que se disfrazan en cada momento de lo que más convenga a sus intereses y suelen arrastrar tras de sí a muchos ingenuos, que llevados de su buena fe e instalados en la desesperación, son engullidos por mensajes demagógicos y populistas.
Si el poder se convierte en un fin en sí mismo y no en una herramienta para transformar a la sociedad en una realidad mejor, el resultado es una gran mentira.