Tarde y mal

Publicado: 10/01/2017
En muchas ocasiones debemos seguir nuestra intuición, sin miedos ni temores, aunque haya puertas que no debamos cruzar
Las cosas han de hacerse en su momento, ni antes ni después. Tener ese poder de la sincronía ni es fácil ni suele ser frecuente. Con frecuencia  o nos adelantamos a la jugada o nos retrasamos. Tal vez lo más alarmante sea esto último, es lo que más llama la atención pero si además de tardar lo hacemos mal entonces no hay quien nos salve del reproche de los  otros.

Cuando somos transparentes y exteriorizamos todo lo que sentimos, nos exponemos a ser criticados y censurados y a disponer nuestros ánimos para vencer todas las resistencias. Y hemos de ser fuertes para ante la incomprensión permanecer en la última de las trincheras de la honestidad defendiendo lo que es posible que nadie crea.

Entre la sensación  de ahogo y la certeza fatalista, vamos obteniendo respuestas a muchas de las preguntas que nos hacemos y descubriendo las claves de las historias que nunca nos quisieron contar. Y aprendemos paso a paso a vivir con claridad y sin hipocresías en la verdad.

En muchas ocasiones debemos seguir nuestra intuición, sin miedos ni temores, aunque haya puertas que no debamos cruzar. Y reflexionar que lo importante no es lo que hicimos sino lo que hacemos ahora. No podemos cerrar los ojos a la realidad sino nos montaremos en el carrusel de la mentira.

A veces la insistencia no nos lleva a ninguna parte, y nos hace aparecer como detestables, pérfidos o molestos cuando estamos perplejos, indefensos e incluso amedrentados. Avanzar más rápido o quedarnos atrás depende en muchas ocasiones  de nuestra coherencia.

Ni culpables ni responsables, ni guiños, ni parpadeos, ni malas artes, sino chorros de generosidad que sirvan para ayudar a la gente que nos necesita, además de ser valientes y capaces de decirnos a nosotros mismos ante el espejo las cosas que tenemos que corregir.

Del lado oscuro a la ventana abierta, entre el desánimo y el optimismo, siempre encontramos a alguien que nos da alguna pista sobre que camino tomar y entre el rechazo y la dignidad, el primero nos amarga y enfurece mientras que la segunda nos inyecta el orgullo de ser coherentes.

Salir de la rutina es lo que más solemos necesitar para seguir creciendo, relativizar las situaciones, no herir los sentimientos de los demás y no echar en saco roto nuestra intuición, sin caer en malabarismos políticos engañosos ni manipulaciones repugnantes.

Llegar a tiempo es estar convencidos que la vida no es resignación sino lucha, que es mejor estar liberados que encapsulados, que debemos confiar en nosotros mismos y en nuestros recursos y no ceder ante nuestros propios miedos internos.

Hay quienes que en su necedad sin límites creen que sus actos están guiados por una misión divina, y no examinan sus actitudes de suficiencia y prepotencia. Entre el hermetismo y el misterio nos mostramos en ocasiones rígidos e inmodificables sin aceptar lo que ocurre ni intentar modificarlo.

Aunque la realidad nos exige determinaciones en la que no valen las medias tintas, hemos de admitir que todo puede cambiar a mejor y reservar un espacio para reflexionar. Digerir los acontecimientos y alcanzar una compresión más profunda de los hechos.

Tarde y mal llegamos a la conclusión que las filias, las fobias y los celos inundan todos los campos de las relaciones humanas y en particular la literatura en la que entre manejos y paripés, autenticidades y excentricidades da la impresión que algunos creadores se odian cordialmente  cuando es simple y sencillamente distintas visiones e interpretaciones del mundo interior y exterior.
                    

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