Adelantos y lamentos

Publicado: 29/11/2016
Podemos estar orgullosos de nuestras opiniones y credos, lo que no debemos es no tener respeto y tolerancia por el de los demás
Hay ocasiones en que corremos más de la cuenta y esas prisas nos llevan a lamentar nuestras decisiones que por precipitadas no son ni adecuadas ni deseables. Ocurre igual cuando de la mano de halagadores, opiniones interesadas e incluso encuestas hinchadas o amañadas nos dicen que somos lo mejor de lo mejor y después la realidad y la voz de la gente nos colocan en nuestro sitio.

No sufran mis críticos que no estoy hablando de política aunque todo encierre un cierto componente, pero si tenemos que tener claro que sin hacemos de la vida un camino de imposiciones nos lamentaremos en frustraciones, mientras que si aprendemos a ceder descubriremos personas y situaciones que nos pueden enseñar mucho.

Podemos estar orgullosos de nuestras opiniones y credos, lo que no debemos es no tener respeto y tolerancia por el de los demás. Las polémicas y las discrepancias son saludables y necesarias siempre que nos lleven a crecer y no nos envilezcan en un fundamentalismo sin sentido.

Defender nuestros intereses es legítimo, pero olvidar ser solidario es caer en el mayor de los egoísmos, que nos impide ver y descubrir la grandeza de quienes nos pueden enseñar y nuestra pequeñez por nuestras carencias y lo mucho que nos queda por aprender.

En esa cicatería entre lo insensible y la impostura, nos engolamos hablando de aquellos que tienen méritos sobrados y nos perdemos en calificativos cuando mueren o desaparecen, en lugar de ofrecerles, con generosidad, nuestros homenajes y reconocimientos en vida y mirándoles a los ojos.

Cuán difícil es que asumamos nuestros errores y mucho menos las derrotas, y perdemos el tiempo entre complicaciones y ambigüedades, intentando justificar y transferir nuestras culpas y responsabilidades a los otros.

También es frecuente vernos hacer un discurso a la carta y de conveniencia para tapar las desavenencias y rechazos, que nosotros mismos hemos creado con nuestras actitudes.
Somos y nos mostramos radicales y moderados  en esa distimia constante de la condición humana, que entre euforias y depresiones, miedos y valentías,  necesitamos aprobaciones a nuestras inseguridades y reforzamientos de nuestras certezas.

Aunque no podemos esperar a tener toda la información y datos para tomar una decisión, resulta altamente perjudicial e inoperante precipitarnos sin pararnos a meditar y reflexionar sobre los antecedentes y los consecuentes de cualquiera de nuestras actuaciones.

Entre adelantos y lamentos nos dejamos llevar de ansiedades que nos invalidan, de calentones que nos ciegan y  de fogonazos que nos impiden pensar. A veces incluso hay estados emocionales que nos empujan a la precipitación  y nos dejamos llevar de iras, rencores, celos y envidias.

Rehenes de este mundo de urgencias e inmediateces, nos olvidamos que las cosas y las personas tienen y van a su ritmo y que no le podemos imponer el nuestro.  Aunque nos fastidie la espera, hemos de utilizarla a nuestro favor.

Demasiadas veces nos desesperamos y nos crispamos, y pasamos un mal rato en lugar de estar tranquilos. No es nada malo dedicar un pequeño espacio de tiempo al sano deporte de no hacer nada, a saborear los momentos de calma, a pensar antes de hablar, a hacernos expertos en escuchar y a relacionarnos con gente tranquila.
           

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