Lejos de la gente

Publicado: 15/11/2016
Si algo tiene un responsable público es el valor de su palabra y si con algo seduce y encanta es con su verbo, pero también sirve para defraudar
Quienes se dedican a la política deberían permanentemente recordar  para qué y con quienes trabajan. Si realmente están por compromiso y no por conveniencia, y si saben elegir a quienes les  acompañan o siguen en un camino que ni es fácil ni cómodo, sino lleno de peligros, adversidades e incomprensiones.

Lo que nunca deben plantearse es permanecer escondidos y lejos de la gente, como si los temas y las demandas del personal no fueran con ellos, como si no debieran dar cuentas ni debatir sobre su gestión, de tal manera que en muchas ocasiones, entre ellas en campaña, no parecen humanos, sino máquinas que hablan y responden mecánicamente una y otra vez lo mismo.

Si algo tiene un responsable público es el valor de su palabra y si con algo seduce y encanta es con su verbo, pero también es el instrumento que sirve para defraudar y decepcionar, por eso el buen discurso político debe ser comprensible, cercano y recordado.

Quien tiene alguna capacidad de liderazgo político tiene que saber no solo hacerse entender sino emocionar y movilizar, transmitiendo no solo sus sentimientos sino sus argumentos. Tener la capacidad de saber transmitir la verdad humana y la convicción de que no hay posibilidad de lograr ningún acuerdo sin aprender a  ceder.

Estar cerca de la gente es un arte que no todo responsable político tiene por mucho que se entrene, porque ha de ser y parecer una obra de arte por dentro y por fuera, tener en su poder una paleta de sensaciones que le permita pintar, y que  es capaz de pegar pellizco y dejar huella.

Ser atractivo en lo que se dice y hace es tomar la iniciativa y decisiones diferentes que nos lleve a distintos sitios, respetar las opciones de los demás y darle a la gente el espacio que necesita. , tener muchas razones para la confianza y pocas para la duda.

Cuando están cerca de quienes les  dan el poder, que es el pueblo soberano, deben entender muy bien la importancia de las promesas electorales , sin defraudar ni engañar , y alejarse  del pensamiento único para admitir la crítica y abordar todo tipo de debates.

Deben ser coherentes y no echarse para atrás, sabiendo lo que han  de hacer en cada momento, aunque no terminen  de entender porque algunas gentes que eran doctores de la mediocridad les envidian y les odian tanto.

Los cambios nos traen aires nuevos y oportunidades, eligiendo en cada momento que queremos hacer y con quien queremos compartir nuestro tiempo, superar la hoguera de las vanidades para construir entre todos el futuro, evitar las condenas inútiles en favor de los premios necesarios.

A lo largo y ancho del conocimiento de la personalidad humana, a través del contacto piel a piel, o institucionalizamos la rutina o abrimos un camino para la sorpresa, o confiamos en nuestro triunfo o nos dejamos llevar por la corriente del pesimismo o somos yo y todos los demás, o conjugamos el nosotros contando con ellos.

Cuando aspiramos a tener una responsabilidad pública, tenemos el camino de la sensatez o el del disparate, el del espabilado o el del alelado, el  del silencio o el del ruido, la acción o la reacción, la reflexión o el impulso, el hedor frente al perfume, el construir versus  la falta de ideas y de propuestas.
Entre la ausencia y la permanencia,  siempre es mejor la magia de las palabras que el silencio de no tener nada que decir, entre la gente y las propuestas o las ordenes y consignas, preferibles las primeras con las que disfrutamos y conocemos el mundo.
                          

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