Entrar, estar y salir

Publicado: 08/11/2016
Entrar, estar y salir de la actividad política exige inteligencia, mesura y control de las emociones
Nuestro paso por la vida es un permanente entrar, estar  y salir de espacios y tiempos, de acciones y situaciones, de nosotros y de los demás. Nuestra nacimiento está lleno de gritos de alegrías y nuestra muerte repleta de adjetivos sobre lo bueno que éramos y llantos de dolor por nuestra ausencia.
En esta noria de dar vueltas sobre el eje de cada momento o encerrados en nosotros mismos, es bueno y saludable soñar pero manteniendo el equilibrio y sin perder el sentido de la realidad, asumiendo las contradicciones y sabiendo distinguir la teoría de la práctica.

Entrar, estar y salir de la actividad política exige inteligencia, mesura y control de las emociones. La llegada ha de ser con convicción, compromiso y humildad, sin pretender saberlo todo cuando hay tanto que aprender ni establecer dogmas cuando hay tanto por discutir y descubrir.

Estar y permanecer supone saber escuchar y ver, tener la capacidad de hacer equipos y la habilidad de sumar esfuerzos , la habilidad  de explicar con un sentido pedagógico lo que se hace y reconocer sin complejos aquello que no se ha podido hacer o ha habido que cambiar  

Salir es tal vez más difícil y complicado porque ha de hacerse con elegancia  y sin dar portazos, sin atacar todo lo que ayer defendíamos y con la decencia de reconocer que nos hemos equivocado muchas veces y ahora no somos infalibles.

Entre las fantasías, la paranoias, las ocurrencias, las megalomanías y las manías persecutorias, hay  personajes que se niegan a sí mismos en todo lo afirmado con anterioridad y se  inventan conspiraciones inexistentes y ven enemigos donde en el peor de los casos solo hay contrincantes y adversarios.     

Son algunos que cuando no están no conciben que el mundo pueda funcionar sin ellos y  que se consideran salvadores de todos nuestros males y problemas, situándose en el pasado entre el rencor y el miedo, en un laberinto maléfico en el que todo estaba contra él, lo que le hace parecer único entre lo patético y lo ridículo.

Permanentemente están afirmando  que son claros y transparentes cuando nadie está al loro de sus verdaderos movimientos. Se consideran lo excepcional, verdadero y auténtico.  Son capaces de dar lecciones ética y moral aunque ellos no se apliquen ninguna de sus recomendaciones.

Estar en la política como en el mundo no es tarea fácil y entre lecturas, conversaciones, canciones, viajes y películas, vamos dejando una impronta y la persona se va convirtiendo más en un personaje que debe saber llevar el paso y la voz sin perder el compás.

Lo difícil aunque debería ser la norma es la coherencia, en la que las palabras se correspondan con los hechos, hablando unas cosas y practicando justamente las contrarias  y no desdecirse permanentemente a la hora de reinventarse.

Con frecuencia nos toman a los electores por bobalicones, incapaces de pensar y tener juicio crítico, de descubrir sus mentiras y trampas  y tratan de simplificar la política a una confrontación entre personas en lugar de un debate serio y riguroso sobre proyectos e ideas.

Hacen un drama de su salida del escenario político,  intentando convertirse en victimas de todos los que consideran causantes de sus males y desdichas, y terminan transformándose en verdugos de las ideas, valores y principios que dicen defender.

Deberíamos integrar de forma natural en nuestra cultura democrática la dimisión o la renuncia a cualquier cargo  o responsabilidad política, conscientes de la relatividad y la eventualidad de nuestro papel. Seguro, queridos lectores, que con su perspicacia,  en este final de artículo habrán puesto nombres y apellidos a los protagonistas de esta historia
                      

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