Mil y una historias llenan las páginas de nuestras vidas .Existencias y vivencias que entre convulsiones y equilibrios, perdidas y recuperaciones, provocan cambios o hay quienes pasan el tiempo pactando con los demás para no hacer nada.
A veces entre malestares y molestares, vivimos en un estado excitación nerviosa que nos provoca manifestaciones exageradas y descontroladas de nuestros sentimientos y emociones. Y hacemos de nuestras ocasiones de placer, verdaderas fuentes de estrés.
Perdemos la sensatez en imaginar mensajes escondidos, donde solo hay buenas intenciones, o construir historias largas que son crónicas interminables o cortas que apenas son tuits de 140 caracteres, en lugar de hacer gala de la sencillez para enseñar lo que se sabe y dudar de lo que se cree.
Vamos descubriendo con los años que la reflexión, la meditación y la relajación nos alejan de la ira, que podemos y debemos dar paso a cosas y gente nueva, con toda calma, sin irritarnos, escondernos y dando explicaciones, para encontrar el lugar de encuentro de la comprensión y los buenos momentos.
A veces nos cuesta mucho decidir que queremos hacer, como deseamos mejorar y eliminar lo que no nos está beneficiando en nada, poniendo en cuestión nuestras capacidades y conocimientos, sin ser capaces de ver las cosas desde otro punto de vista y terminamos en el cansancio y el agotamiento.
Diariamente asistimos entre ojopláticos y perplejos a la falta de humanidad de nuestra sociedad mal llamada avanzada, desarrollada y humanitaria, que permanece impasible a los cientos de miles de refugiados que malviven en campos de concentración sin las más mínimas condiciones de atención sociosanitaria.
Y nos dan noticias en los distintos telediarios, sin que se nos mueva el musculo de la vergüenza y la indignación, de cómo hay países en los que expresar nuestra disconformidad o la más mínima crítica al régimen establecido nos puede suponer la pena de muerte.
En otras ocasiones nos dejamos llevar por la vanidad, con lo que tiene de perjudicial y paralizante. Incluso en el colmo del ejercicio de nuestro cinismo observamos y callamos, justificando que en aras de la libertad de expresión cada cual tome sus decisiones y exprese lo que crea conveniente.
Tal vez las historias e histerias más insufribles sean las de aquellos que presumen de saberlo todo cuando en la realidad no tienen ni puta idea de nada, los que hacen todo tipo de recomendaciones a los demás que ellos son incapaces de aplicarse o los que hacen alardes de valentía cuando se dejan llevar por el miedo.
Tampoco es necesario derrochar a manos llenas para disfrutar de todo, o estar en esa ansiedad competitiva que ser los mejores en cualquier momento, comparándonos con los demás, lo que nos provoca angustia y nos acarrea frustración, porque todos tenemos nuestras cualidades y lugar en el mundo.
Debemos convencernos de la relatividad de muchas situaciones y no darles tanta importancia a las palabras dichas bajo el espectro del enfado, ni ser rehenes de las conversaciones acaloradas que no nos permiten oír al otro, o de los dogmáticos que afirman sin encomendarse ni a Dios ni al diablo “nunca jamás” sin añadir con humildad en este momento. No nos olvidemos que si no tenemos claras nuestras metas de vida, no podremos conseguirlas.