Una historia singular

Publicado: 29/03/2016
Blas procuraba ser prudente y entre lo elemental y lo complicado, se esforzaba en abrir un espacio para la reflexión, en el que la calidad de su vida se incrementaba y le provocaba una calma placentera
Vivimos en un mundo en vertiginosa transformación. Blas era como un cantaor de flamenco en el barrio viejo de Lisboa o un cantante de fados en pleno Barrio de Santiago de Jerez, despistado pero en su sitio. Por muchas cosas que sucedieran, ambos eran muy diferentes pero estaban en su ambiente.

La luna llenaba su signo en un plenilunio que parecía de concurso fotográfico .Obsesionado por bancos, bancadas y banquillos, cualquier suceso que rompiese su rutina le producía bastante inquietud y sentía que cada vez tenía más miedo al futuro.

Blas procuraba ser prudente y entre lo elemental y lo complicado,  se esforzaba en  abrir un espacio para la reflexión, en el que la calidad de su vida se incrementaba y le provocaba  una calma  placentera y entre agobios y sinsabores, divisiones y devociones, elementales y complejos salía a relucir su lado más escéptico.

Para nuestro personaje la supervivencia era una pasión y la satisfacción del sobrevivir un placer, lo que no dejaba de ser una forma insaciable de hacerse con toda la información aunque tuviera que dejar en el  camino  sus afanes e ilusiones  a la vez.

Ni quería ser chivo expiatorio de todas las culpas ni tampoco aspiraba a llevarse todos los laureles,  lo que si no estaba dispuesto a soportar que alguien de la saga de los asesores sin plan ni conocimiento le dijera cual era el camino y que debía hacer.

Si tenía claro que cualquier ser humano pudiera luchar contra las sensaciones de impotencia y contra la inclinación natural de reprimir los problemas, como si ocultándolos ya no existieran, .tampoco entendía como había gente empeñada en clasificar a las personas en “amigos y enemigos”

Blas tenía claro que solo podía ser libre si eran y se sentían  así todos los que le rodeaban y que todos fabricamos nuestra propia historia, pero no elegimos nuestras circunstancias, sino en aquellas transmitidas por la propia tradición.

Había aprendido que en esta sociedad tecnificada y cada vez más compleja, aquel que consigue su plena integración lo hace mediante la confraternidad  y la solidaridad y no a través del aislamiento y la exaltación del individuo que se basta a sí mismo

Continuamente le daba vueltas a la cabeza y en ese discurrir no debemos engañarnos, para  que cada cual tenga la oportunidad  de autorrealizarse, de emanciparse y ser ellos mismos. , y superar ese temor de que estamos al servicio de la técnica.

Somos actores del gran teatro del riesgo en el que el principal argumento es el miedo, y que lo que nos gustaría como conveniente y necesario no se parece en nada a a realidad, en la que muchos de los dirigentes de las organizaciones políticas fomentan y estimulan el proteger para conservar.

Nuestro personaje tenía dos almas en un solo pecho  y se movía entre la frialdad de quien no quiere saber nada ni implicarse, y el ardiente deseo de que todo le afectaba como si fuera propio, entre la tranquilidad de haber hecho las cosas como debía y la angustia de no saber qué hacer, entre el ataque y la resistencia,

Las apariencias engañan y Blas conocía que si el hábito no hace al monje, el maquillaje no convierte a una persona en otro personaje que él no haya asumido.
         

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