Pablo era un niño estudioso y aplicado, siempre había sacado buenas notas, aunque quienes le conocían bien mantenían serias dudas sobre si había logrado entender el mundo tal y como era, y si había sido capaz de acercarse y conocer a la gente en su sencillez y naturalidad.
Su amigo Iñigo, compañero de fatigas e inquietudes, intentaba calmar sus ansiedades incontenibles y sus impulsos irreprimibles encauzando su soberbia de la manera más positiva y adecuada, procurando que tuviera cierto nivel de empatía con el resto del mundo.
Siempre había tenido dos ambiciones alcanzar el poder, para hacer lo que le diera la gana y tener una buena mochila. Era un manipulador nato y le daba todas las vueltas posibles a los argumentos para colocarlos a su favor y salirse con la suya tal y como le había enseñado su maestro Juan Carlos.
Cada día que pasaba acumulaba más poderío y se sentía un hombre importante, sobre todo ahora que ya había pisado las moquetas y contemplado los mármoles, maderas nobles y tapices del Palacio de las Cortés en la Carrera de San Jerónimo, podía renunciar a pensiones inexistentes y disfrutar de un iPad y de un IPhone para sus comunicaciones con el resto de la tribu.
Eso sí al ir a recoger su acta de Diputado, Pablito, como le llamaban sus íntimos, había asumido un gran compromiso, si él llegaba a ser Presidente, lo que veía muy cerca si se convocaban nuevas Elecciones, se suprimirían las carteras de piel y serían sustituidas por mochilas, claro está que no especificaba su precio, porque las hay mucho más caras que los maletines cutres que regalan en el Congreso.
Muchas veces quienes le rodeaban no llegaban a comprender como Pablito había llegado a ser un líder. Si es verdad que era un experto en regalar a los Jefes de Estado la serie completa de Juego de Tronos, pero no era una persona amable y bajo ese aspecto entre arrogante y antipático, quizás intentara esconder una enorme debilidad.
Era duro con los débiles pero como todo pequeño tirano blando con los fuertes y con el tiempo intentaba ir modificando su discurso para no dar miedo a los votantes, y casi siempre dejaba las decisiones difíciles a los círculos y asambleas con el pretexto de profundizar en la democracia.
Su confianza excesiva en todo lo que hacía, le provocaba el síndrome del globo, perdiendo el contacto con la realidad y mostrándose pedante y suficiente ante los demás lo que le restaba credibilidad ante la ciudadanía. Además en sus discursos y actuaciones no lograba encontrar el equilibrio entre ser positivo y realista que debe presidir la actividad de todo buen líder.
En demasiadas ocasiones lanzaba sus manos hacía arriba y se quejaba del viento, en lugar de mantener llena su mochila de iniciativas. Pablito, cada día parecía más un telepredicador que un modelo a seguir, tal vez porque insistía mucho en decir cómo deberían actuar los demás en lugar de predicar con el ejemplo.
Poco tiempo en las cercanías del poder, pero muchos tics de la casta. La organización que él y sus amigotes de Facultad habían creado estaba reproduciendo en un tiempo record todos los vicios que debían corregir las instaladas desde hace tiempo en el sistema, aquellas que formaban parte del “denostado” bipartidismo.
Como quien mucho habla mucho yerra, nuestro amigo había cometido errores de bulto, que a decir verdad habían sido tratados por algunos medios con excesiva generosidad., pero quizás uno de los más gordos fue asegurar en uno de los debates que Andalucía decidió en 1977 continuar como parte de España, equiparándola con el proceso soberanista catalán. ¿Logrará nuestro Pablito ser Presidente del Gobierno de España para poder convocar el Referéndum en Cataluña? Y, don Pablo créame, no soy inmovilista por analizar su actuación política.
P.D. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia