En una sociedad en el que se siembra con facilidad la confusión y el enfrentamiento entre quienes no piensan de la misma manera, en el que las discrepancias pueden, en cuestión de segundos, transformarse en odios y rechazos, y que nos configura un mundo en el que reina la corrupción, se ignora el humanismo y se adora a la oligarquía tecnológica.
Desgraciadamente existe un creciente descrédito de los partidos, la política y aquellos que se dedican a ella, es necesario sin convertirse en un visionario, un impulso ético que alimenten la grandeza del ser humano que llevamos dentro.
A pesar de todas las dificultades, la mujer y el hombre público, deben ser capaces de encarnar en la vida cotidiana, su capacidad para reemprender y reinventarse, sin dejar de ser ellos y siendo coherentes con los valores que dicen defender.
Las cosas no suceden de repente, sino que son la consecuencia de un proceso. El escándalo que afecta a cualquier responsable institucional tiene una dimensión distinta, y es de antemano un camino que en ocasiones inevitablemente conduce a una condena anticipada.
Son irremediablemente noticia, resultando los más explosivos y más carne de cañón, los que se refieren a temas y aspectos económicos, que hacen que la gente sencilla exclame “este es un chorizo de mucho cuidado”, y a una mayoría social a una fácil e injusta generalización “todos son iguales”.
Tal vez deberíamos preguntarnos cuál es la razón de que estas situaciones provoquen tan extraordinaria convulsión social y ocupen el primer plano de todos los informativos, habiendo otros acontecimientos que objetivamente pudieran ser peores o al menos más constitutivos de delitos.
Estamos acostumbrados y anestesiados ante las diarias muertes del hambre y la inmigración, porque errónea y egoístamente aunque ocurran a nuestro lado no nos afectan, mientras que cuando nuestros representantes además de meter la pata, meten la mano nos repugnan y alarman.
El motivo es a veces más simple que introducirse en el profundo análisis sociológico de etiología de la realidad, es tan sencillo, como que quien nos roba debiendo defender nuestros intereses, lo está haciendo a todos nosotros, y además provoca que nos sintamos enfadados y engañados, mientras que absurdamente que las muertes de la marginación y la exclusión, son siempre las de los otros, hasta que nos toca.
Además el clima de opinión rodea totalmente al individuo y no puede escapar de él, y en muchas ocasiones le hace confundir la realidad con la ficción y le convierte en protagonista de una historia que no es la suya, o bien le transforma en anónimo personaje de su propia crónica.
De ahí la importancia de que quienes tienen una concepción distinta dela vida, una idea activa de la política que consiste en comprometerse, en actuar con, en y para la sociedad, abandonando el “a verlas venir”, la pasividad, y el acomodo o el ser meros testigos de lo que ocurre alrededor, sin inmutarse, como si no fuera con ellos.
Es necesario que quienes piensan así, no sólo mantengan un comportamiento ejemplar lejos de toda duda, sino que ejerzan una pedagogía del ejemplo. Deben reafirmarse diariamente en el rigor en sus planteamientos, la flexibilidad no puede confundirse con el mercadeo de las ideas, ahora decimos esto y más tarde todo lo contrario y ni tan siquiera sienten vergüenza o se sonrojan.
Nuestra gestión política, debe estar presidida por la sobriedad y la austeridad, tanto en el comportamiento como en el uso de los recursos, no tenemos fuerza moral para exigir al ciudadano que cumpla con sus obligaciones fiscales y contributivas si quienes deben encargarse de administrarlos adecuadamente, son unos granujas y despilfarradores.