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Cádiz declara eternas las artes escénicas: “Aquí hubo un teatro y siempre lo habrá”

La ceremonia de los XXVI Premios Max, en el Falla, celebra, con talento y acento gaditano, que el arte emerge incluso en un mundo calamitoso

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  • Ceremonia de los XXVI Premios Max, en el Falla. -

La Sociedad General de Autores (SGAE) quiso que la ceremonia de los Premios Max de las Artes ofreciera una mirada de esperanza al por-venir de las artes escénicas y escogieron Cádiz, tierra prometida, porque aquí, en la trimilenaria, siempre se afrontó el futuro, todavía hoy se encara así de hecho, con la confianza de que los que vendrán, necesariamente, lo harán mejor que nosotros”. Ana López Segovia y José Troncoso, directores de la gala celebrada esta noche, interpretaron a la perfección el mandato y montaron en el Gran Teatro Falla un espectáculo con marcado acento gaditano, alegre y desacomplejado, que reivindicó la capacidad sobrenatural de la creatividad humana para emerger incluso en un mundo calamitoso.

El telón se levantó ofreciendo un escenario postapocalíptico, las ruinas de un teatro que había sufrido, con el resto de la ciudad, un maremoto, una larga y dura sequía, y hasta una guerra interestelar que hizo pasar tan mal rato que a nadie le quedó cuerpo de ocupar una butaca, y bajó resonando la salmodia de tres viejas cómicas que se abrían paso entre las ruinas para proclamar, una y otra vez, que “aquí había un teatro y siempre lo habrá”.

El milagro lo obraron el cante de David Palomar y el baile de María del Mar Moreno  sobre las tablas del coliseo de los ladrillos coloraos; la música de Adriana Calvo, Javier Galiana, José López y Juan Sainz, integrantes de La Banda Polvorienta, presente durante toda la ceremonia; o las interpretaciones de Susana Rosado, Chano Martín López, Martina Oneto Troncoso y Carla Román Vázquez, Antonio Labajo, Ana Olivar, María Duarte y Mariki Fernández, junto al reconocimiento a una veintena de premiados que desfilaron por el escenario entre referencias a la Semana Santa, con los sones de Eternidad por la Banda de Cornetas y Tambores de Nuestra Señora del Rosario; al levante, travieso más que molesto en la alfombra roja, y necesario para no alargar los discursos de agradecimiento; referencias al consolidado Festival Iberoamericano del Teatro; y Carnaval, mucho Carnaval.

En el Falla volvieron a escucharse las coplas de Los Llaveros Solitarios, algún romancero, aquello que popularizó a María la Yerbabuena, y hasta un pasacalle clandestino para recordar que no hay prohibición posible para el ingenio. 

En estas llegó el discurso institucional de Antonio Onetti, responsable de la SGAE, que celebró “el estatuto que ampara a nuestros artistas”, reclamó “una mayor difusión para el arte del teatro y también más promoción”, “darle valor al talento coreográfico”, “la diversidad lingüística” y “la paz mundial”, interrumpido por La Tía Norica y Batillo que tomaron la palabra para recordar, por medio de Federico García Lorca, como no podía ser de otra forma, que “un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo”; que sí, que “el teatro es la escuela de pueblo”; y que “hay que destruir el teatro o vivir en el teatro”. “La cosa es subirse aquí otra vez y que compartamos juntos la alegría de volver”, resumió, tras la entrega del Premio Max de Honor a Tricicle y la singular interpretación de Lucrecia de Qué no daría yo, muy aplaudida, una de las tres viejas cómicas que cerró la gala. 

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