Una noticia publicada por el diario El País levantó, hará un par de semanas, un gran debate. Un reciente estudio genético, realizado por el Laboratorio de Identificación Genética de la universidad de Granada y publicado en la revista Scientific Reports, demostraba que los andaluces apenas si tenían sangre árabe y que su genética era indistinguible del resto de España y de la Europa del Sur. Hasta aquí, el dato. Y, ¿dónde está el debate? Pues porque, de manera inmediata, hubo quién interpretó esos resultados como la confirmación de la tesis fundamental de la llamada Reconquista, esto es, que los cristianos del norte habrían expulsado por completo a los invasoresárabes y africanos del sur, repoblando la actual Andalucía con cristianos venidos del norte. O sea, que habrían arrojado al mar a los malvados árabes invasores.
En efecto, este es uno de los relatos posibles, aunque, por pura lógica, el menos probable. Entonces, ¿cuál sería el más probable? Pues el más lógico y simple, sería el de que la población de Al Ándalus nunca hubiera sido árabe, sino siempre hispana, heredera de la Bética romana progresivamente islamizada. Sin embargo, es opinión mayoritaria la menos probable de las opciones, la de la sangre árabe expulsada, siendo minoritaria la interpretación más simple y probable, la de que la misma sangre hispana siempre corriera por nuestras venas, aderezada, eso sí, por enriquecimientos diversos, pues somos tierra abierta, de cruce y de paso.
Los análisis genéticos realizados por la UGR confirman, a nuestro parecer, la versión más sencilla. Al Ándalus nunca estuvo habitada por árabes, sino por hispanomusulmanes. La Reconquista no habría sido una lucha de razas sino una prolongadísima guerra civil más de las muchas que han ensangrentado el solar ibérico, a veces por religión, otras por ideología, pero siempre apasionadas y crueles. El estudio refuerza la tesis minoritaria pero lógica. Al Ándalus nunca fue árabe, al menos en lo que la raza, la población y la sangre se refiere. Al Ándalus fue una realidad hispana, por más que suene extraño, debido al mito acrisolado de la Reconquista y de la consiguiente expulsión.
Al Ándalus, en raza y sangre, nunca fue árabe. Otra cosa es la religión, la lengua, la estética o la política, todas ellas capas culturales y sociológicas, que no genéticas. Al Ándalus no fue, por tanto, un territorio de los árabes, sino que, desde siempre, fue un territorio habitado por hispanos, al igual que el resto de los reinos de la península y de los de la Europa latina. Hispanomusulmanes, si se quiere, pero hispanos, al fin y al cabo. En efecto, el halogrupo genético de los andaluces del antiguo reino de Granada – último episodio de Al Ándalus – tiene muy poco de norteafricano y mucho de europeo, indistinguible, prácticamente, de un gallego o un italiano, como la lógica nos hubiera hecho suponer si el constructo mitológico de la Expulsión no empañara la visión de nuestra propia historia.
Al Ándalus no es, por tanto, la historia de los árabes, es parte importante de la historia de España y de los hispanos. No debemos acercarnos a ella con la extrañeza ante los otros, sino con la naturalidad de habitar nuestra propia historia. Al Ándalus – en genética – no se conjuga con el Ellos, sino con el Nosotros. Al Ándalus no fue obra de los árabes invasores, sino de los bisabuelos de los bisabuelos de un alto porcentaje de la actual población española, aunque duela el reconocerlo.