Llevo varias semanas intentando cumplir con el compromiso y la necesidad de abrir una nueva entrada en el blog, pero siempre he encontrado algo más importante con lo que ocupar el tiempo libre que pensaba dedicar a escribir por aquí. Lo cierto es que con la creación de la nueva sección de Pantallas, que también me encargo de actualizar, y con las críticas de tv para la edición impresa del periódico, más el trabajo diario, apenas me ha quedado aliento para seguir adelante. Ha sido mi compañero Angel Martínez el que ha venido esta mañana a tirarme de las orejas y recriminarme los más de dos meses de vacío impropio a los que lleva condenado el blog. Me ha dicho que duerma menos o que vea menos películas, pero que haga algo con tal de no encontrarse una y otra vez con la imagen de Nerea Camacho y la crónica de los Goya. Le hago caso, pues, aunque por ahora no le compensaré con un especial dedicado a la película "de su vida" -como él dice-, Chitty Chitty Bang Bang, entre otras cosas porque no la veo desde que estaba en Primaria y sospecho que puedo llevarme algún gran chasco.
En fin, y parafraseando a Fray Luis de León (aunque cuentan que es falso que enunciara la famosa sentencia), decíamos ayer...cómo transcurrieron los Goya. Después de aquello pasamos una noche trepidante ofreciendo en directo desde la web la narración de la gala de los Oscars. Me alegré mucho por Penélope Cruz -y ojalá caigan más estatuillas con acento español en el futuro-, pero mi favorita de la noche era Viola Davis por esos diez minutos magistrales de los que dispone en La duda y por los que mereció mejor suerte que nuestra Pe -tampoco he ocultado nunca que de Vicky Cristina Barcelona, además de como película en sí, lo que más me fascina es el trabajo de Rebeca Hall-. De la gala, por otro lado, me queda el grato recuerdo de disfrutar con un tipo tan atrevido y audaz como Hugh Jackman, al que siempre he considerado el relevo físico generacional de Clint Eastwood.
Los Oscars nos trajeron este año buen cine y, sobre todo, el reconocimiento a una excelente actriz, Kate Winslet. Sin embargo, sigo sin entender que le llegase por El lector y no por una gran película, desplazada por las demás nominadas, como Revolutionary road, en la que está bien hasta Leonardo Di Caprio. El sensacional trabajo de Sam Mendes está a la altura de los grandes dramas de Hollywood y Winslet desprende un poder arrollador a lo largo de una cinta por la que sí fue premiada como mejor actriz en los Globos de Oro, donde sólo fue premiada, de manera acertada, como mejor actriz de reparto por El lector.
Por cerrar con los Oscars, dos apuntes más: la reñida disputa por el premio al mejor actor y el apabullador dominio de Slumdog Millionaire sobre una película tan amarga y espectacular como El curioso caso de Benjamin Button. Con respecto al primer caso, la disputa entre Mickey Rourke y Sean Penn se decantó del lado de este último -supongo que al renacido Rourke le habrá dado igual porque, como dijo, el Oscar no es algo que te puedas follar o que tenga vida, es sólo un objeto-, pero tampoco dejemos de lado los excelentes trabajos de Frank Langella en Frost contra Nixon o de Richard Jenkins en la emotiva e inolvidable The visitor, sin olvidar a Brad Pitt en uno de los trabajos más correctos de toda su carrera.
La película de David Fincher ha provocado, por otro lado, la reedición de los relatos cortos de Francis Scott Fitzgerald. Si no se han visto tentados aún, prueben con la edición de bolsillo de Benjamin Button y El diamante del tamaño del Ritz para disfrutar con su lectura y engancharse al autor de El gran Gastby.
Pero para caso curioso el de Gran Torino, que ha acaparado durante varias semanas el primer puesto en las taquillas de nuestro país. Clint Eastwood, reconocido y admirado por todos, cuenta con un público muy fiel, pero no es, ni mucho menos, un director habituado a las grandes masas. Que lo haya logrado con un filme en el que había depositadas pocas esperanzas ha dado mayor rango a la hazaña, al tiempo que ha puesto en evidencia la necesidad de seguir disfrutando de su presencia tanto delante como detrás de la cámara. Gran Torino no es la película menor que nos hicieron ver desde Estados Unidos, tampoco una obra maestra, pero reconforta como si lo fuera, por la precisión narrativa de su autor, por su apuesta por una forma de hacer cine que puede estar agotando su penúltimo aliento de la mano de un director enamorado de los clásicos y que ha terminado por convertirse en su única referencia contemporánea.
Lo del cine español es ya más sangrante. La escabechina realizada por la crítica más seria y rigurosa del país con lo último de Almodóvar no es casualidad. Que Mentiras y gordas, Al final del camino o Fuga de cerebros, sean la alternativa es lo más preocupante. Pese a todo no hay que caer en el desánimo. En este tiempo he recuperado algunos filmes españoles que no pude ver en su momento y todavía hay motivos para no caer en el desánimo. Siete mesas de billar francés -buena, aunque no brillante ni memorable-, Gente de mala calidad -una comedia amarga de corte generacional original y ocurrente, aunque demasiado entregada a los rostros televisivos- y Sólo quiero caminar -el brutal y entretenidísimo thriller de Agustín Díaz Yanes, al que se le perdonan hasta ciertas lagunas argumentales- permiten albergar esperanzas para, de vez en cuando, hacer un sitio en la agenda a alguna que otra película nacional.
Por último, en el plano musical, varias recomendaciones. La más importante, lo último de Van Morrison, la versión en directo del mítico Astral Weeks -da igual que se coma las letras de algunas canciones, todo suena tan auténtico y especial como el primer día-. Madeleine Peyroux también ha sacado nuevo disco: algunos la han encumbrado, otros dicen que sigue haciendo más de lo mismo. A mí me ha parecido tan imperfecto como los anteriores, compaginando pequeñas joyas con pequeños tostones, pero con el imperioso convencimiento de que su voz sí es lo más parecido a Billie Holliday que hemos encontrado nunca, pese a que ese mismo latiguillo se lo hayamos escuchado a tantos listillos de la música a la hora de hablar de otras voces próximas al jazz.
Entre las rarezas, el descubrimiento de Andrew Bird, aliado músico emocional de los terrenos explorados hasta ahora por otros compatriotas extraños y fascinantes como Sufjan Stevens; y lo nuevo de Gómez, la banda británica con nombre español y estilo americano que descubrimos en American Beauty y que llega dispuesta a redimir su más reciente pasado. Entre las celebridades, lo re-nuevo de Jarabe de Palo, Orquesta Reciclando. Creo que Pau Donés se ha confundido con el título -eso no es una orquesta, es una banda, con aires setenteros, pero una banda-, pero ha construido un disco que despierta simpatías, refresca el recuerdo de grandes momentos y no molesta, pese a que haya versiones más acertadas que otras, más parecidas que otras y, por supuesto, genere numerosas dudas acerca de la capacidad creativa del autor de La Flaca.
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