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Miércoles 18/12/2024
 

Desde el campanario

Antes y ahora. Siempre niños

El niño de ayer termina las clases y corre al manchón nervioso y apresurado. Hoy hay desafío y juegan los que llegan primero

Publicado: 08/12/2024 ·
14:36
· Actualizado: 08/12/2024 · 19:19
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Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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El niño mira la tele y llora. El niño es solo un niño; pero es un niño de hoy, no es un niño de ayer. El niño de ayer gastaba fondillos y no preguntaba. No sabía diferenciar entre las peleas de saloon y las palizas del vecino borracho a su mujer sierva. Él vivía en su mundo de plexiglás esperando a que lloviera para ponerse las Katiuskas que había heredado de su hermano sin padecer más pena que la de la oscuridad crepuscular, mostrando el regreso a casa. Cruza la casapuerta, pasa por el salón sin mirar la tele. Cuarto de baño, jabón verde, mesa de camilla y copa. De cena tortilla de patatas y a la cama. El niño de hoy se refugia de la lluvia con anorak de poliéster, entra en calor a la lumbre del aire acondicionado y él si mira la tele. La mira y no distingue las balas de fogueo de las películas con las de latón y cobre de la guerra. Pero sabe que las de la tele resucitan a los muertos y que las otras apilan ataúdes con niños como él muertos adentro. Por eso llora. Han perforado su infancia con balas asesinas disparando hacia un odio que su edad no asimila. 

El niño de ayer vive su infancia de espaldas a los horrores. Sus mayores se encargan de esa tarea. Ellos sufrieron el estampido de los paredones y ahora protegen a sus hijos de los terrores mundanos. Al niño de hoy no pueden despistarlo. Su Apple iPad de 700 euros le muestra el pavor que siembran los obuses de los poderosos sobre los indefensos, porque la tecnología se instaló en su dormitorio una noche cualquiera de Reyes Magos.

El niño de ayer va al colegio. Cambia su cromo de Gento por el de Kubala y lo pega en su álbum con harina humedecida. El niño de hoy titubea. En sus estampitas no están Gento ni Kubala. Están Kylian Mbappé y Lamine Yamal. Él los fija con adhesivo incorporado, mientras escucha a los mayores en su entorno murmurar sobre la masacre de la noche pasada en Gaza. 

El niño de ayer termina las clases y corre al manchón nervioso y apresurado. Hoy hay desafío y juegan los que llegan primero. Después del partido corriendo a casa. Engulle un plato hondo de babetas con caballa. Porfía con sus hermanos a ver quién le quita la caperuza a la gaseosa, y se zampa un plátano contra los calambres musculares. El niño de hoy sale del colegio con su miedo transportado sobre la maleta de ruedas. Ya en su piso, las lúgubres noticias del telediario lo angustian mientras ingiere una hamburguesa elástica acicalada con kétchup y mostaza, y saborea de postre una tarrina de yogur con trompicones de chocolate. Total: un quintal de calorías que no quemará porque él no sabe de desafíos entre barrios, de piola múa ni de correr con el aro.  

El niño de ayer confunde en su almohada la línea imaginaria que divide la ficción de lo real. El niño de hoy conjuga de carretilla la agresión inhumana y sus consecuencias. Ha aprendido a vivir entre Abeles inmolados por Caines armados de quijadas con gatillo.  

El niño de ayer contempla un jilguero cantarín cortejando a su pareja sobre un lecho de vinagrillos silvestres empadronados caprichosamente junto a la vía del tren. El niño de hoy colecciona visiones de amapolas calcinadas sobre cráteres estremecedores, provocados por el brutal impacto de misiles criminales.

El niño de ayer acompaña su crecimiento entre ladridos de perros callejeros y pregones cotidianos, a la sombra del sofoco veraniego. El niño de hoy desarrolla su anatomía con la observación mediática de aviones bombarderos y carros de combate invadiendo el hogar de los desprotegidos.

El niño de ayer se siente a cobijo a través de los eucaliptos y las chumberas que amurallan el territorio donde discurre su infancia. Luego, a la noche, el cansancio lo sumirá en un profundo sueño en el que El Zorro y El capitán Trueno serán sus héroes. El niño de hoy encandila su solaz en una habitación solitaria entre auriculares aislantes, pixeles y bytes, donde los eucaliptos y las chumberas son extraños vocablos, procedentes seguramente de algún planeta lejano. Luego, al final de la jornada, un apresurado beso de buenas noches a sus papis cómplices, apuntillará la jornada. Después, la narcosis de su colchón anatómico lo sumirán en un tortuoso sopor de guadañas con punto de mira, degollando la inocencia indefensa del desprotegido.

El niño de ayer no sabía de nada. Vivió su infancia con la naturalidad que la vida establece, y lo demás para los mayores. El de hoy lo sabe todo. El progreso ejecutó su niñez y lo hizo adulto con solo 13 años.

Desperté de ser niño: nunca despiertes/ Triste llevo la boca: ríete siempre/ Frontera de los besos serán mañana, cuando en la dentadura sientas un arma/ Vuela niño en la doble luna del pecho: él, triste de cebolla, tú satisfecho/ No te derrumbes. No sepas lo que pasa ni lo que ocurre.

Fragmento de las Nanas de la Cebolla.

Miguel Hernández.

Septiembre de 1939. Cárcel de Torrijos.

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