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Desde la Bahía

8 de marzo

La mujer se enrosco en el hogar, en parte condicionada por la gestación y la labilidad de sus músculos y se le revistió con el galardón de ser “ama de casa”.

Publicado: 03/03/2024 ·
21:36
· Actualizado: 03/03/2024 · 21:36
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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l corazón actual ha cambiado la caricia por la emergente y mediocre curiosidad que ha surgido en las últimas décadas. Interesan las noticias, pero en sentido de ser como un manjar que se engulle, se metaboliza y se desprenden sus residuos con la misma prioridad con que el sol da paso a la luz y la sombra. La inteligencia crece -podríamos decir, aludiendo a una vieja frase - de tal modo que se ha “ido al tallo”, es decir, ha exagerado su verticalidad evolutiva y ha disminuido el grosor que le daban la razón y el sentido común con el beneplácito de una sociedad sumida en la sedación que le producen los medios audiovisuales. La memoria ha huido de su ánima para matrimoniarse con la “memoria democrática” un “esposo ley” que le viola sus libres principios. La voluntad, como los modernos pantalones americanos, se ha revestido de una indumentaria con más rotos que tejido bien hilado para emular a la corriente progresista llena de oquedades de ignorancia. Hablar del “alma” en estos momentos es exponerte al dedo señalador de lo arcaico, retrogrado o de rancia tradición. Los libros sagrados en donde se señala que Dios primero creó al hombre y luego utilizando una de sus costillas le dio forma a la mujer, no se pueden ni comentar por la enorme carga socio-política e incluso de enfrentamiento con las leyes actuales que pudiera llevar consigo. Los conceptos de mujer, madre, esposa, compañera o amiga se han difuminado de tal forma que los límites, entre ellos, ya no tienen clara explicación.

Nos separó en un principio la distinta morfología. La superioridad osteomuscular del hombre, la fuerza, lo hizo cazador y luego luchador o guerrero. Era lo admirado en aquel momento. La mujer se enrosco en el hogar, en parte condicionada por la gestación y la labilidad de sus músculos y se le revistió con el galardón de ser “ama de casa”.

Quien tiene la fuerza de un gigante la utiliza como gigante y es clara su tendencia a dominar, reprimir o maltratar impunemente al pequeño. La excepción, lo contrario, es pura utopía, no todos los días está tonto Goliat ni tan certero David. La mujer no encuentra un camino por donde abrirse y alcanzar la misma meta que el hombre, dueño y señor de todo lo existente, con algunas pausas femeninas espontáneas y certeras y son ellos los que ponen las vallas que hacen imposible que continúen la carrera. La inteligencia, la cultura-la antigua y la afrancesada- el esfuerzo, el sacrificio -enorme- y el saber, le hacen ver a la mujer que el acero de la espada -huracán que desenraiza al roble-  no puede hacer crujir al jaramago y la resistencia, sin olvidar la lucha, es la idea que comienza a anegar su cerebro, falto de derechos y reconocimiento. En plena Revolución Francesa y en 1789 un grupo de mujeres marcharon de París a Versalles reclamando el sufragio universal. El derecho a la igualdad con el hombre, como un minúsculo nódulo, emerge en la superficie lisa que el hombre estaba acostumbrado a pisar sin irregularidad posible. En 1840 en una convención contra la esclavitud celebrada en Londres se impide la entrada a feministas estadounidenses, que finalmente consiguieron que en otra semejante celebrada en su suelo fuera presidida por una mujer Amelia Bush. 1849 es un año feliz para la profesión médica. Una mujer consigue graduarse en Medicina en el estado de Nueva York. Treinta y tres años después Martina Castells lo consigue en España. Desde 1911 y en los Días Internacionales de la Mujer se rinde homenaje a aquellas 140 trabajadoras que murieron por las infrahumanas condiciones de que disponían, en el incendio del Triangle Waist Company.  Son ejemplos de la desesperada, pero empecinada e ilusionante lucha de la mujer por la equidad con el varón y en 1945 la Carta de las Naciones Unidas proclama por fin la igualdad de los sexos como derecho humano fundamental. El Año Internacional de la Mujer lo comienza a celebrar la ONU en 1975 y en la fecha del OCHO DE MARZO.

Sin embargo, en 1995, que no está tan lejos y en la IV Cumbre sobre la mujer celebrada en Pekín, representantes de 189 países concluyen declarando que las desigualdades entre sexos persisten y constituyen el mayor obstáculo para conseguir el bienestar de los pueblos.

Desgraciadamente, aunque con enormes avances legales, la mujer tiene que seguir en guardia permanente de sus derechos. La fuerza continúa, a pesar de todas las declaraciones de paz, siendo el icono de la actualidad, aunque se haya desplazado desde la cimitarra al botón que deja escapar enormes cilindros destructores y los países muestran su fuerza de gigante para aplastar al más débil o medrar al que quiera frenarle su carrera de poder. El gasto en armas crece exponencialmente en los que se consideran estados más avanzados. La mujer, consciente de este hecho, no debe utilizar la fuerza, cuando empieza a poseerla para denostar al varón o acercarse a la injusticia y debe saber que la violencia machista - sinónimo de varón- no es el mejor término a utilizar para señalar a hombres que en realidad son, verdaderos criminales, asesinos que no deben, tras su acción, recobrar la libertad nunca. Cuando se generaliza se difama.
En todas sus condiciones -laborales, sociales o de poder- la mujer precisa paridad, pero hay que conseguir leyes sin aroma de dádiva política, porque esta paridad la debe dar la calidad, ya que sin ella, no pasa de ser la ley que defiende esta igualdad, injusta en su forma absoluta.

Y nunca debe olvidar la mujer, porque en realidad la ensalza, el valor supremo de la gestación, la caricia, la ternura y el amor, porque ello condicionaría una enorme herida en el alma del poeta y el amante y acabaría destruyendo el poema, sin que la prosa consiguiera una felicidad completa porque ella solo sabe conjugar el verbo amar, pero no darle ese encanto sublime que lo hace sobrenatural. Mujer y hombre son el complemento ideal de la vida, sin que ninguno de los dos tenga la soberbia y menos el odio de tener que mostrar el porcentaje que aporta a esa unión. Sólo de esta forma se llegará a conseguir del corto trayecto que hay entre el nacer y el morir, que llamamos vida, un “camino de rosas”, porque las espinas ya las pone la incertidumbre de no saber dónde vamos.

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