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Profesionales con riesgo alto no prioritarios, sin embargo, para la vacuna anti Covid

Camareros, esteticistas y taxistas, sin fecha todavía para recibir el fármaco ni con ayudas directas, afrontan la cuarta ola con miedo al virus y sin ayudas

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  • Un camarero atiende en el interior de un bar en Sanlúcar. -

El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, saca pecho por el elevado grado de cumplimiento en la campaña de vacunación, tras haber inoculado más del 91% de las dosis recibidas, pero admite que hacen falta más viales y aprieta al Gobierno.

Ante la escasez de los mismos, las administraciones han priorizado a mayores residentes en centros institucionalizados y sus cuidadores, personal sanitario y sociosanitario, docentes, miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y, al tiempo, población en general por franjas de edad.

Sin concluir aún el proceso en los mayores de 80, el SAS administra ya vacunas a las personas con entre 55 y 65 años.

El límite de edad del uso del suero de Astrazeneca y la escasez del resto de fármacos disponibles deja a los ciudadanos con 70 años en el limbo. Pero, con apenas el 5,57% de los habitantes inmunizados, la inaceptable lentitud del proceso impide la recuperación de una mayor movilidad y, por lo tanto, la reactivación de la economía.

Profesiones que, por su naturaleza,  conllevan un mayor riesgo, al desarrollarse en espacios pequeños, cerrados, y que obligan a tener una cercanía obligada con el cliente, asumen con resignación estar los últimos de la cola.

Taxistas, esteticistas o camareros sufren las consecuencias de las restricciones y la falta de atención por parte de las administraciones. Sin vacuna y sin ayudas directas, afrontan la pandemia con miedo al virus e incertidumbre por su situación laboral.

“Circulo todo el tiempo posible con las ventanillas bajadas para ventilar el taxi”

José Manuel Elías ha pasado de sumar kilómetros en su taxi a sumar pérdidas. 40.000 euros, calcula, en este año marcado por la pandemia. El vicepresidente de la asociación sectorial en Sanlúcar llevaba solo 30 euros de caja este miércoles, cuando atendía al teléfono. “No vuelvo a trabajar hasta el lunes y tengo de gasto fijo, salga o no a la calle, una media de 40”, lamenta.

Las restricciones han condicionado la actividad, reducida a la mitad, desde el inicio de la pandemia y hasta ahora, y sin poder llevar a cabo, por los cierres perimetrales entre municipios, puntualmente, y entre las provincias, de los trayectos largos: la estación de Renfe de Jerez o al aeropuerto, por ejemplo.

Durante todo este tiempo, “no solo hemos llevado a cabo nuestra labor con pérdidas, sino además, lo hemos hecho con miedo”, afirma.  Elías denuncia que “no contamos con un protocolo” específico para regular su trabajo. “Lo pedimos al Gobierno local y siempre nos ha dado largas”, lamenta. “Se han redactado protocolos específicos para empresas públicas, la residencia de mayores o los funcionarios; nosotros tenemos una licencia municipal, tendríamos que haber tenido respuesta del Ayuntamiento”, explica.

Ante la falta de garantías y, aunque en principio ninguna normativa impide que transporte a cuatro pasajeros, se niega. “Paso la jornada laboral encerrado en un metro y medio cuadrado”, subraya. El riesgo al contagio preocupa. “Al principio, llegaba a casa, me desnudaba, me iba a la ducha y no dejaba siquiera que mi hijo, de tres años, se acercara. Ahora llevo doble mascarilla y circulo todo el tiempo posible con las ventanillas abajo para ventilar constantemente el interior del vehículo”. Y, al término de cada carrera, procede a la desinfección por medio de ozono. Además, instaló una mampara que, pese a no estar homologada, ayuda a tener sensación de seguridad.

La vacunación daría tranquilidad, pero Elías asume que el sector no está en las previsiones de ninguna de las administraciones, pese a que la mayor parte de la clientela son personas mayores a las que incluso han llevado a hacerse PCR. “Ni siquiera se nos ha hecho pruebas a nosotros” de manera periódica. Plantearon al Ayuntamiento y el SAS la posibilidad de someterse al cribado masivo. “Solo se presentó la mitad de los convocados, pero ni por esas”. Las medidas han adoptado y la fortuna les ha llevado a esquivar el virus. “Un compañero de los 30 ha pasado la infección”.

“Hago limpieza de cutis con doble mascarilla, careta y guantes pero los esteticistas no somos prioritarios para la inyección”

Las jornadas laborales de Isabel Gallardo, técnico de estética, son interminables. En parte, porque ejerce su actividad en un centro y, además, regenta su propio local. Pero también porque la demanda, lejos de resentirse pese al uso obligado y generalizado de mascarillas y las restricciones de movilidad, se mantiene. E incluso se dispara al término de cada confinamiento. “Tengo lista de espera”, asegura, lo que la ha llevado a apurar al máximo los horarios permitidos, cerrando a las diez de la noche, y abriendo incluso los domingos.

Por su actividad, el riesgo de contagio es muy elevado. “Te acostumbras, más o menos, pero tenía mucho miedo porque pensaba que ponía en peligro a la familia”, afirma. Se mudó durante la pandemia pero mantiene todas las precauciones. “Uso doble mascarilla, careta, guantes y tomo la temperatura previamente a cada cliente”, explica. También les pregunta por su estado de salud. “A veces, después de insistir en que se encuentran perfectamente bien, deslizan en la conversación que han tenido un positivo en su entorno...” y, entonces, es inevitable preocuparse.

La vacuna, sin embargo, no está próxima. Con solo 34 años lo ve aún lejano. Aunque compañeros de otro centro perteneciente a la misma franquicia, en San Fernando, ya están inmunizados. “En aquel establecimiento se inyecta botox, hay un médico y los técnicos también son considerados sanitarios”. “No tiene ni pies ni cabeza”, porque su trabajo obliga a mantener una distancia estrecha. “Depilo labios, hago limpieza de cutis...”, enumera, admitiendo que las contradicciones son excesivas. “Cerramos con el confinaniento, abrimos los últimos, y nos consideran un lujo, no somos esenciales para la inmunización”, lamenta.

“El problema no es la hostelería, el problema es el comportamiento individual de cada persona”

Jorge Pérez, jerezano de 32 años, camarero, solo ha tenido que someterse a una PCR en una ocasión por el positivo de un cliente, pero reconoce que tiene miedo al contagio.

Hay menos actividad. “La gente viene menos al bar”, asegura. El riesgo, sin embargo, es constante porque en el establecimiento, en la populosa barriada Olivar de Rivero, se dan cita diariamente estudiantes, trabajadores, mayores, que apuran un café o un vino. Aún se mantienen las restricciones de aforo, con solo el 50% permitido en interior y 75% en el exterior. Pero la barra vuelve a estar en uso y quien se acoda en ella prescinde, como es natural, de la mascarilla para consumir.

“Yo uso dos”, admite. Toda precaución es poca, subraya. Por fortuna, “no hemos tenido problemas”, señala. Sin embargo, es habitual que las personas se relajen y, cuando se relajan, no observan las normas de manera estricta. “El problema no es la hostelería -remarca-, el problema es el comportamiento individual”. La responsabilidad es clave, insiste, para evitar medidas drásticas, como la que baraja el Gobierno central de impedir el acceso en los locales cuando el municipio supere los 150 casos por cada 100.000 habitantes. “Una locura”.

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