Nuestro paso por este mundo está lleno de recuerdos y olvidos. No voy en estas líneas a desarrollar una teoría neuropsicológica sobre los mismos, tampoco voy a analizar las causas por las que recordamos u olvidamos, por lo que si me prestan, tan solo unos minutos de atención voy a contarles una historia que recuerdo, desde que apenas tenía seis años.
Me la contó mi abuelo paterno Antonio, tal vez, una de las personas más buenas que he conocido, al menos así lo recuerdo, y como no hay nada más cierto que cuando algo nos emociona, como una idea nueva e interesante, es casi imposible olvidarla.
Era un atardecer de invierno, sobre las seis de la tarde, las luces de neón estaban sustituyendo a los restos de la luz solar, formando un entramado, un cruce de luminosidades y sombras. Atrás había quedado un día gris, pesado y plomizo.
A través de la ventana, Renato que así se llamaba el protagonista de este relato, podía observar en la oscuridad los arboles fríos y con pocas hojas y sus ramas caídas, vencidas, resignadas por aceptar que estaban en una nueva estación.
Se quedó perplejo cuando a los pocos minutos, a lo lejos de aquella calle inhóspita por la que a aquellas horas , apenas pasaba nadie, apareció una imagen casi fantasmagórica envuelta en una blanca túnica como la nieve,. Aquella noche prometía ser distinta y aquella figura cada vez estaba más cerca hasta situarse apenas a un metro de Renato.
Era una mujer, de facciones bellísimas, que se presentó como Alba, y que dijo ser maga y alquimista, que preparaba pócimas para embrujar a los sanos y curar a los enfermos. Resultaba muy emocionante aquella noche, muy diferente a todo lo que había vivido.
Aquella sensación entre única y extraña, le hacía convulsionar todo el cuerpo, como si se encogiera y quisiera convertirse en un punto y luego desaparecer. La angustia le invadía y todo se le hacía confuso, indeterminado y difuso.
La situación era sorprendente, se encontraba algo confundido, no sabía qué hacer, y escuchaba en silencio lo que Alba le decía “que prestara atención a todo el que lo rodeaba, porque de todo el mundo podía aprender”
No obstante Renato estaba como bloqueado, había sufrido tal transformación, que era como si hubiera abierto una puerta a otra dimensión, en la que se mezclaban todo tipo de emociones y sentimientos que jamás había experimentado.
En aquel momento vino a su memoria, aquel proverbio de ese gran poeta andaluz y universal que es Antonio Machado, “el ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve” y es que nuestro protagonista había estado esperando en muchas ocasiones una situación como aquella.
Alba le estaba enseñando ver más allá y ser capaz de salir de sí mismo, a sentir la poética de la oscuridad y el silencio, a que vivir en gran parte es imaginar, fantasear por todos los mundos posibles e imposibles. No sabía cómo, pero la noche había transcurrido en un abrir y cerrar de ojos y el amanecer le había asaltado entre olvidos y recuerdos.
Se preguntaba qué le había sucedido, era como plantearse una y otra vez, que encontrar la respuesta a lo que nos sucede era no dejar de buscarla, como hacer un largo viaje en un corto espacio y un reducido tiempo.