Todos tenemos algunas fortalezas y muchas debilidades en nuestra actuación. Y para hacer esto concreto y darle una magnitud no existe un medidor que objetive lo que intuimos o apreciamos,
En la mayoría de las ocasiones, es más cuestión de opiniones y observaciones que de constataciones.
Además depende mucho del contexto, lo que en una gente nos parecen ventajas en otras se evidencian como todo lo contrario. Hay personas que son propensas a la mentira, y dan una imagen de deshonestidad y granujería, mientras otras inspiran confianza por su coherencia y comportamiento honesto.
Cuantas veces y ante las situaciones más difíciles, sabemos mantener la calma, la espera y hacer uso de nuestra paciencia, mientras que en otras perdemos los papeles y nos invade la premura, las prisas, y renunciamos con facilidad a conseguir nuestros objetivos.
En el mundo actual se traduce como una fortaleza el mirar por los intereses propios hasta el egoísmo frente a la capacidad de ser generosos y anteponer el bien común al individual. Eso viene generando, cada vez más en nuestra sociedad, grandes dosis de agresividad y odio.
Cada minuto nos podemos encontrar ante situaciones que nos provocan miedos y fobias, y hemos de ser valientes, que no supone ser temerarios, sino saber muy bien cuáles son las consecuencias de nuestras acciones y no adoptar la actitud cobarde de la huida o la renuncia.
La responsabilidad de cada uno de nosotros nos obliga y nos compromete a asumir nuestras decisiones, y a no responsabilizar continuamente a los otros de nuestros errores. Eso además de un acto de debilidad es una actitud desleal.
Todos somos tiempo y espacio, saber ocupar el segundo y administrar el primero, es un principio de sabiduría... Hay quienes tienen como costumbre ser puntuales en el un respeto a sí mismo y a los demás, mientras que otros que adoptan la posición perezosa, desordenada y cabrona de llegar a la hora que les da la gana. Muchas veces se puede estar en la duda cual es la fortaleza y la debilidad, pero entre respetar y no hacerlo, está claro.
Es la misma ecuación que tenemos entre el orden y el desorden, entre quienes están permanentemente improvisando y en una dinámica incontrolable e impredecible creen que todo se arregla sin prever ni planificar nada sino “a ver qué pasa”.
Cada momento tiene su afán y su dificultad y exige por parte de nosotros un empeño y un esfuerzo. Podemos explorar y encontrar nuevos caminos, ser creativos y resolver los problemas que se nos planteen o bien permanecer impasibles, como si no fuera con nosotros y seguir los caminos trazados desde siempre y que han fracasado.
Hay quienes tienen iniciativa, ganas de hacer cosas, empeño en crecer y lograr superar nuevos retos, mientras que otros apáticos e inmóviles, se refugian en el adormecimiento, el conservadurismo y en que todo está bien y que para que cambiar nada.
Las fortalezas y debilidades presiden nuestra existencia, entre dogmas y dudas, empatías y antipatías, concentraciones y dispersiones, humildades y soberbias, respetos y abusos, afectos e indiferencias, y en este caminar nos buscamos a nosotros mismos y nos encontrarnos con los demás.
Nuestra fortaleza es comprometernos en debates que no sean tibios, que son aquellos que premian a los verdugos y castigan a las víctimas, hemos de sembrar la paz antes que padecer el caos.