Tenemos como humanidad serios problemas, que en demasiadas ocasiones ocupan el primer plano de la actualidad, pero que no terminamos de darles una solución real y efectiva, y se nos va la fuerza en discursos, retóricas y palabras que nos conducen en el mejor de los casos a la frustración y en el peor a la rabia y la indignación.
Entre el hambre, el racismo, la contaminación, las guerras, la salud, la corrupción, la escasez de agua potable, la pobreza y otras historias, no estamos como para echar las campanas al vuelo. Tal vez dentro de las grandes preocupaciones socio sanitarias que nos plantea la actualidad, una de ellas, que están yendo a más cuantitativamente y cualitativamente sea la SOLEDAD.
Para no ser ambiciosos en nuestros planteamientos y analizar el tema desde una óptica más cercana., si observamos el mundo desarrollado, cada vez hay más gente que vemos perdidos en la inmensidad de la urbe, incluso si me apuran, solo cabe que nos fijemos un poco, para contemplar como cientos de urbanitas hablan solos por las calles.
También como miles de personas, se refugian en sus móviles sin ser capaces de cruzar dos palabras entre ellos, y como hay gente que víctimas de la depresión, el gran mal de nuestra época, acude al psicólogo o al psiquiatra porque se sienten solos y perdidos.
Demasiadas veces hay muchas personas, que no tienen con quien hablar, que se sienten excluidos por los demás, que no es que hayan buscado la soledad como situación para reflexionar y meditar o para encontrase a sí mismos, es que están aislados y sin comunicarse apenas con nada ni con nadie.
Solo en nuestro País, cerca de 4,7 millones de personas viven sin ninguna compañía, y dos millones de esas son mayores de 65 años. Estamos ante un gran problema, que afecta a la socialización de quienes lo padecen y puede provocar tristeza, angustia, ansiedad, falta de autoestima, desmotivación, apatía y por supuesto conducirnos a la depresión.
En nuestra sociedad hay situaciones trágicas, porque hay quienes llegan a la soledad por miedo al qué dirán y a ser valorados negativamente por los otros, lo que lleva a muchas personas a no relacionarse y acaban solas, lo que no es la opción más deseable.
Todos en algún momento buscamos a la soledad, necesitamos estar con nosotros mismos, por eso tal vez lo importante sea la dosis de soledad que tenemos y queremos., que somos capaces de soportar, sin que afecte a nuestro bienestar y a nuestro crecimiento personal.
Cuando pensamos en esas soledades no buscadas, casi siempre acude a nuestra conciencia, la imagen de los mayores y jubilados, y nos olvidamos de muchos indigentes y personas sin hogar o en situación de pobreza, inmigrantes, personas con puestos de mucha responsabilidad, enfermos, sujetos con alguna discapacidad, incluso adolescentes y jóvenes con dificultades para relacionarse.
La epidemia de la soledad, ya supera a la obesidad y aunque actualmente parece que las redes sociales proporcionan compañía, es evidente como afirma el profesor Diez Nicolás “que no sustituyen al contacto personal”.
Nuestro mundo de la velocidad, la urgencia y la competitividad, nos empuja a adaptarnos a la circunstancias y estar a la altura, si en algún momento no lo logramos, la solución no puede ser desaparecer.