Nuestras vidas están llenas de contrastes y contradicciones, frente a buenos y agradables momentos en los que disfrutamos y nos sentimos felices, hay otros en los que nos toca padecer y sufrir e intentamos superar obstáculos, inconvenientes y sucesos penosos.
En oposición a momentos trascendentales e importantes en los que tomamos decisiones de las que nos alegramos, tenemos otros banales, intrascendentes y aburridos en los que da igual lo que hagamos. Este balanceo no deja de ser la realidad misma, la contemos en prosa o en versos.
Nos movemos entre seguridades e incertidumbres, derrochamos muchos esfuerzos en discusiones y ocurrencias, y bastante menos en hechos y actuaciones. Hoy en día, lo sabemos todo de todos en todo momento, y este exceso de información nos provoca una infoxicación que nos envuelve en un estado de confusión y nos resta autonomía.
Hay especialistas en inundar las redes sociales con noticias falsas, para determinar la opinión pública en la dirección y el sentido que convenga a cada espacio y tiempo. Hackers potentes que van de justicieros y ponen en peligrola estabilidad de personas, colectivos y países.
En el mundo en el que vivimos todo puede ser falseado, hasta lo que parezca más auténtico y nos lo pueden vender como auténtico. No vale todo. Bajo la retórica de la libertad de expresión no podemos tolerar que se utilice como argumento político la descalificación, el insulto y el odio en lugar de exponer todo tipo de razones para que crean en lo que decimos.
Afirmamos con seguridad aquello de lo que no tenemos ni idea, incluso en ocasiones dogmatizamos no admitiendo ningún otro criterio. Celebramos con fuegos de artificios y pasacalles, cosas que deberían pasar desapercibidas y no son como para sentirnos satisfechos.
Entre ventas y beneficios evitamos donaciones y generosidades , y nos olvidamos con frecuencia , del paso del tiempo y sus consecuencias, que cada instante es único e irrepetible y que es inútil en creernos eternos , ya que nada será como antes, y que nuestro final es tan cierto como la muerte.
A veces nos movemos de forma inconsciente e intuitiva dejándonos llevar, y otras queremos tenerlo todo programado y planificado, desde el primer hasta el último minuto, atrapados por el virus de la perfección. En un proceso desgarrador, vamos dejando jirones de nuestra piel y tomando conciencia que no podemos gustar a todo el mundo.
Si consideramos que somos un desastre terminaremos siéndolo, y si nos vemos como alguien valioso también lo harán los demás. En esa relación entre nuestro yo, el nosotros y ellos, hemos de minimizar los efectos negativos y engrandecer los detalles positivos, optimizar los beneficios y hacer frente a los perjuicios.
Aceptar sin complejos, consejos y sugerencias, repartir más besos y caricias que empujones y bofetadas, dar respuestas inteligentes a preguntas inconvenientes. No despistarnos y centrarnos en nuestros trabajos, pero sin perder de vista algunas escapadas para vivir aventuras y momentos apasionantes.
Entre lo tranquilo y lo convulso, lo natural y lo artificial, los orgullos y los desprecios, lo ancestral y lo moderno, las exhibiciones y las inhibiciones, las huidas y las desbandadas, nada es para siempre y las circunstancias van cambiando y con el paso del tiempo, si somos inteligentes, aprendemos humildad, modestia y prudencia sin convertirnos en débiles, frágiles y pusilánimes.