Víctor García León, cosecha del 76, describió así esta su tercera película en una entrevista a Ismael Marinero para El Mundo, el pasado mes de marzo, con motivo de su participación en el Festival de Málaga: “Selfie es una alegoría subnormal de la vida en este país …”. En dicho Certamen, por cierto, se hizo con la Mención Especial del Jurado y el Premio de la Crítica.
Planteada como un falso documental, sigue las vicisitudes de Bosco el megapijo y privilegiado heredero de un ministro, que es detenido por diversos delitos relacionados con la corrupción. A partir de ahí, su dorado universo se desmorona, viéndose abandonado por toda su gente, madre, hermana, novia y amistades. Esto le lleva a recalar en un entorno que está en las antípodas de su ambiente social e ideológico.
Es un enfoque diferente y desconcertante. Porque nos obliga a posicionarnos frente a hechos ya supuestos, narrados a la manera de un cinema verité muy sui géneris, entre otras cosas por la limitación presupuestaria.
Una limitación que la película sortea hábilmente, como la de incurrir en estereotipos y clichés y lo hace, dándoles la vuelta e integrándonos, lo queramos o no, en el retrato de unos personajes y de un país, contemplados impíamente. En ese selfie estamos todos. Al menos, de alguna forma.
Porque no podemos evitar simpatizar con un tipo desvalido, caído en desgracia e inocente pero que, al tiempo, nos disgusta por ser profundamente clasista, machista, ignorante y tan limitado que ni siquiera es capaz de sacar partido, o alguna enseñanza, a-de su nueva situación. Aunque tampoco nos representan esas almas bienaventuradas de la izquierda. Sí, más solidarias y generosas, pero inmersas en un bucle preocupante e igualmente en la inopia más llamativa.
Posee todas esas virtudes, más la de ser divertida, cáustica, irónica e ingeniosa. A veces, muy brillante. Pero se dispersa, reitera, alarga, tiene importantes bajones de ritmo, carencias de guión y se desenfocan sus objetivos. Lo que es una elección narrativa e ideológica legítima. Pensándolo bien, y paradójicamente, ahí residen su singularidad y su contundencia.
85 minutos de metraje. La escribe su propio realizador. Su fotografía , tan ad hoc como ajustada, es de Eva Díaz. Su reparto desprende naturalidad y talento. Sobre todo, en lo que respecta a su irresistible protagonista Santiago Alverú. Pero Macarena Sanz y Javier Caramiñana tampoco le van a la zaga.
Súmense a este retrato colectivo tan particular y no dejen de verla.