En todos los órdenes de la vida y en algún momento la duda nos asalta, a veces se instala para acompañarnos de forma permanente y se nos convierte en una desagradable rutina, en la que casi siempre anunciamos y repetimos las mismas cosas.
Cuando esta actitud la adopta un personaje público, la gente se instala en la desconfianza y el descredito hacia los afectados, máxime cuando todo lo que da vueltas a nuestro alrededor se desmorona y las dudas persisten como si de una maldición se tratara.
Entre quienes tardan en admitir la crudeza de la realidad y quienes son incapaces de reconocerla, el resultado es desastroso, y la gente se pone nerviosa y comienza a verlo todo oscuro. Y tanto los excesos como los defectos terminan pasando factura en forma de cabreo popular.
En medio de la fusión y la confusión, descubrimos que cada cual tiene su verdad, que siempre hay motivos para una cosa y la contraria, para explicar las situaciones con todo lujo de detalles o dibujar una visión generalista de lo que puede ocurrir.
Lo acertado, casi siempre, es tomar las riendas y confiar en nuestras posibilidades, apreciar los momentos constructivos de la vida y sentirnos fuertes y con ganas de hacer cosas. Saber que por muy bien que hayan sido extraídos, los datos jamás son definitivos y que nuestro trabajo es el único que puede mejorarlos.
Distinguir en cada momento entre lo urgente y lo importante, lo mejor y lo único, entre la edad y sentirse joven o viejo, escandalizado u ofendido, paladear un buen vino o pasar un mal trago. Establecer siempre nuestro norte para avanzar tras la belleza escondida de las personas y las cosas.
Entre suposiciones y reproches, debemos ponernos las pilas e invertir tiempo en aquellos temas en los que no estamos duchos, y evitar ciertas actitudes mentales y cualquier tipo de estrés que sean altamente perjudiciales para nuestra salud.
A caballo de comedias y dramas, nos damos cuenta que perdemos demasiado tiempo en ofrecer la mejor de nuestras imágenes, entre la sorpresa por lo que esperamos y el sueño de superar todos aquellos problemas que se nos presenten.
Vamos intentando resolver problemas, sin saber demasiado que es lo que tenemos que hacer, dentro de la ternura cotidiana y alejado de los malos espíritus, de fronteras y muros en lugar de tierras y cielos abiertos, de fracturas y conflictos y aunque todo parezca prendido con alfileres, desciframos enigmas y resolvemos jeroglíficos.
Nos dejamos engañar con frecuencia viendo la causa que es la consecuencia, perdidos en generalizaciones, normalizando irregularidades, vagando entre inducciones y deducciones, reestructuraciones y reordenaciones.
El conflicto comienza cuando nos proponemos más de lo que podemos y experimentamos con frecuencia la frustración de no conseguirlo, y entre cansados, doloridos e incomodos, nerviosos, angustiados e intolerantes, intentamos elevar nuestra motivación y mejorar el rendimiento.
Necesitamos salir del bucle que nos mantiene atados a la monotonía de iguales y repetidos. De la nada al todo en un relámpago, todo lo bueno depende de nosotros, para que entre el ser y el estar, seamos capaces de no encontrar excusas para no morir sino razones para vivir.