El diestro madrileño López Simón cerró con dos orejas el balance del mano a mano que sostuvo hoy en Sevilla con el francés Sebastián Castella, un festejo en el que brilló más la calidad de los toros de El Pilar que el toreo que ambos diestros interpretaron con ellos.
FICHA DEL FESTEJO:
Seis toros de El Pilar, desiguales de volumen y alzada, pero todos de buena y fina presencia. En conjunto y aun sin estar sobrada de fuerzas, corrida noble y de muy buena condición, en especial los toros lidiados en primer y cuarto lugares, con gran clase.
Sebastián Castella, de azul rey y oro: pinchazo, estocada trasera baja y tres descabellos (silencio tras aviso); estocada (silencio); y pinchazo y estocada desprendida (silencio).
López Simón, de hueso y oro: estocada trasera desprendida y descabello (silencio); estocada trasera tendida (oreja); y estocada (oreja tras aviso).
Entre las cuadrillas, saludaron en banderillas los cuatro peones de López Simón: Jesús Arruga, en dos ocasiones, Domingo Siro, Miguel Ángel Sánchez y Vicente Osuna
Sexto festejo de abono de la feria de Abril de Sevilla. Más de media entrada en los tendidos en tarde primaveral.
A CONTRAESTILO
La buena corrida que lidió en Sevilla la ganadería salmantina de El Pilar fue, como se dice en el lenguaje taurino, "a contraestilo" de los dos toreros que hoy se enfrentaron mano a mano en la Maestranza, en un pretendido duelo que tuvo más eco en el previo de los medios de comunicación que finalmente en la taquilla.
Fueron los toros del campo charro un lote de fina estampa y que que, en mayor o menor medida, desarrolló casi en su totalidad unas embestidas nobles y de calidad, a pesar de no andar sobrados de fuerzas.
Esa clase de los "pilares", no siempre bien explotada y manifestada de cara al público durante las faenas, pedía un toreo más generoso, de cites más sinceros y abiertos, de mayor sutileza en las telas y en el trazo de los pases que el que le acabaron aplicando dos toreros que basan su tauromaquia en conceptos más rígidos y en terrenos de cercanías.
Así fue como ya Sebastián Castella no acabó de gustarse y de sentirse frente al primero, quizá el más escaso de fuerzas de la corrida, pero que, después de que el francés le ayudara a recuperar bríos, rompió a embestir con un temple que pedía un toreo no tan mecánico.
El tercero ya descolgó su largo cuello en los primeros capotazos, embistiendo con el hocico a ras de arena con mucha entrega. Pero esa profundidad en sus embestidas duró apenas dos tandas de muleta, antes de desfondarse ante el toreo demasiado enérgico de Castella.
También el quinto tuvo su fondo de nobleza, sólo que se fue desinflando durante la embarullada faena del francés, hasta acabar por echarse en la arena, probablemente con alguna lesión interna.
Ante un lote más completo, las faenas de López Simón no distaron mucho de las de Castella en sus planteamientos técnicos, sólo que con distinta envoltura expresiva.
Fue así como a su primero tampoco le dejó el madrileño desplegar su clase, en un trasteo tenso y de bruscas imprecisiones con la muleta. Y por el mismo camino iba su faena al sobresaliente ejemplar que salió en cuarto lugar, al que asfixió las embestidas colocándose muy cerca y muy escorado en la pala de los pitones.
Hasta que, por fin, mediado el larguísimo empeño, descubrió Simón la soberbia calidad del animal por el pitón izquierdo para, salpicados en varias series de desigual compactación, cuajarle media docena de buenos naturales que, esta vez sí, apuraron en toda su dimensión tan profundas arrancadas.
Fueron esos instantes de mayor lucidez y acople del joven torero los que le valieron esa oreja, trofeo que luego repitió ante el sexto, un castaño noble y manejable al que pisó terrenos de cercanías para ligarle medios pases ligeros y terminar calentando al tendido a base de efectismos.