Ni un año ha pasado desde el último 2-6 frente a los de Mourinho, y como ha cambiado la película. Entonces, la dicha del entonces míster Marcelino era la de intentar jugar al fútbol. Dicho mal y pronto, promover la pizarra de Juande Ramos. El resultado, más parecido al de un partido de tenis, mostraba a luz plena las carencias de un Sevilla FC que hombre a hombre no es que haya variado un mundo.
Hacía falta esto. Lo que Míchel ya anunciaba. Que los rivales sufran. No es más que dejar de ser un iluso y, conociendo en profundidad a tu plantilla, intentar esconder en buen recaudo las deficiencias de los tuyos y sacar el máximo rendimiento a sus cualidades, que son varias.
Y así, ¿cómo se puede plantar cara y, al menos, competir a todo un Madrid? La respuesta se plasmó a la perfección el sábado sobre el césped del Pizjuán. Coraje, coraje y más coraje. O lo que es lo mismo, agresividad en todo el terreno de juego para anular al rival y al menos crear un par de ocasiones. Con un poco de suerte, hasta anotas y ganas.
Pues sí. Así ganó el sábado el Sevilla al Madrid. Regresando a sus orígenes. A ese fútbol que algunos califican como ‘caparroniano’, donde o pasaba el balón o pasaba el futbolista, pero nunca los dos. Nada comparable, no obstante, a aquellos tiempos. Hoy en ataque hay piezas de renombre como Navas, Negredo o Rakitic. Hay fútbol en algunas botas.
En definitiva, aquello de ‘nos comeremos al león’, ‘somos el mejor equipo de Europa’, ‘nuestra aspiración es la Liga’, no es más que los recuerdo de un añorado pasado para el sevillismo. Y probablemente, el lunes en Coruña si el Sevilla despliega el buen fútbol mostrado en Vallecas lo más lógico es que sume otros tres. Pero si el que viene de visita es un Madrid o un Barcelona apunten el ideal más realista de Míchel. “La afición ha visto ganar al Sevilla de toda la vida”.
